Un pensamiento que se detiene
en la puerta de la casa, bajo la lluvia,
y quiere entrar, casi no fuera
un pensamiento sino un cuerpo viviente,
un cuerpo que la lluvia moja bajo la ropa
y el frío estremece, un cuerpo
firme y durable cuanto lo es un cuerpo
que puede desaparecer de golpe, volviéndose
una sombra, un fantasma; un pensamiento que insiste,
casi fuera un cuerpo compacto
que, con el puño cerrado, llama golpeando
en la puerta para que lo dejen pasar;
un pensamiento que vuelve al lugar de donde
se ausentó durante largo tiempo y quiere
entrar y no puede,
no puede entrar, quizá porque ninguno
de los que están adentro lo oye
golpear con toda su fuerza
con su puño cerrado, apretado,
apretando la nada, el vacío,
o porque la casa está abandonada.