Llama tersa que se atisba a trasluz de nuestro existir;
en la carne, vibración eco del tacto ausente, eléctrico chasquido alejándose quirúrgicamente, surcos de lágrimas y besos fantasmales bajo los párpados;
en la fragancia, sutil caricia de sudor evaporado, pétalos robados por el tiempo, océano cuya ola se aleja dejando su aliento en las arenas del olfato;
en el tímpano, manso soneto amorfo, violín desgarrando su diafragma en la inhóspita distancia, palabras adheridas a un torbellino a ritmo de caracol;
en el gusto, humo evanescente de saliva, sexos y tabaco, dulces prendas-sudario en la punta de la lengua, frutos de ignotas fermentados en el paladar; en la cuenca de la íris, un montón de espejos rotos danzando con la briza, colores de pieles punzantes remolinas en edredones de diversas cabelleras, amaneceres y ocasos de primeras sonrisas y últimos pasos hacia ti;
en el alma, qué más, sino su ser.