Guardián De Ángeles

Acusado de ladrón

Néctar de los dioses que se antoja,
que vedada me resultas al ver lo divina
que eres, pareces extraída de frutos de los cielos,
¿o acaso de la «manzana prohibida»
en el edén de los inmortales?
y esa es la causa que suscita
el temor de probarte por completo…
no quiero tener «oídos sordos»
a tu invitación, que ya busco
degustar de los terrones de la gloria,
y aunque he preferido beberte a sorbos,
desde ya quiero que cambie esta versión,
y a fuego lento, probar, es lo que prefiero,
por completo tu ambrosía que me fascina.

Cual efímero crepúsculo que se eterniza
en lo rosáceo del despido del «astro rey»,
así es el poeta de alma que ama,
del que invade con sigilo en tu sueño,
un alma con la rapidez de un destello,
malabarista en todo lo sideral,
que juega a espiar con laya de ángel,
tan etéreo y aliado de las estrellas,
con tal de merodear tus actos y travesuras,
y después es invadido por mil extravagancias
para difundir con el céfiro un concierto,
musitando los sentimientos que unifican
esencias: la tuya y la de tu amado, lo innegable…
es que éstos milagros sólo los ocasionan
el cariño y amor verdaderos, plagados
de bendiciones para dos que se aman.

Inmensos son los sentimientos de encono 
que te tenido por el espía de tus travesuras,
el invasor de tus sueños, de tus suspiros y de tu llama,
que contener no pude el deseo
de pretender la dicha de aquel agraciado
y osadamente me dispuse temerario
a hacértelo saber de este modo con sutileza...
¿cómo pudo él irrumpir en tu sien,
para adueñarse de tus pensamientos?
así, que haciendo uso de mis mejores proezas,
me atreví a dirigirte mis versos... Reina bella.


Él… acusado de ladrón, -al sorprenderte-,
y tú encumbras su terneza y confianza,
y ofreces caminar con él por la eternidad
si fuera posible… sin miedo al extravío.
Lo sentencias a ver siempre tu luna
y hacer fluir el amor en ti con versos,
unificando mutuamente sus firmamentos
para que te ame como a nadie.

Bienaventurado es aquel que robar puede
a tu corazón sin tanto esfuerzo,
yo inquinado me domina el encono
por la dicha que del cielo se le otorga.

Él puede juguetear en lo sidéreo,
de tu espacio y tú con placer se lo consientes,
a mi alma llena de tirria la derrites
al mostrarle tanta aquiescencia.
Casi al instante le ofrendas amor por siempre,
aunque sabes que el precio serán las congojas
y pronto sientes que en demasía lo necesitas…
dichoso él… y todo porque es cortés.