“… como si cada verso tuviera en su pasado
un niño con las alas malheridas”. (Miguel D’Ors)
Acércate con calma. No propongas,
no ansíes, pero tampoco dudes.
Parece distraído, pero de un modo propio,
te percibe y vislumbra que pretendes
una adhesión profunda y extendida en el tiempo.
Agasaja su envés, tantea previamente
sus hojas de respeto, su lomera,
sus guardas, sus solapas,
su conciso esplendor de promesa levísima;
trata de ser apenas como el aire o el agua
y adáptate a su forma placentera y templada.
Siéntate junto a él, como lo haría
un verdadero amigo, y no te abstengas
de releer su título, el nombre de su autor,
de admirar sin cautela su peculiar grafía;
inspira la fragancia de sus páginas,
y finalmente, ábrelo: será para tus manos
como una flor ambigua en la alborada,
brindando sus matices
a la aún somnolienta pupila que presiente
la dócil estación que se avecina.