-Lástima de cielo, es tan amplio el espacio para tan cortas alas- decía el águila al colibrí mientras ascendía después de haber cazado un conejo.
-Mientras más alto vueles más dolorosa será tu caída- contestaba él.
Ambos, aunque a diferente altura compartían el mismo cielo, el águila,: soberbio, fuerte, grandioso y en contraste el colibrí: pequeño, frágil, tierno y por lo tanto muy humilde agitaban sus alas, las unas anchas, unidas al cuerpo por tendones de acero flotaban en el aire sin esfuerzo; las otras cortas, delgadas, milagrosamente unidas por hilos elásticos se suspendían vigorosa y velozmente sobre los arbustos. No eran amigos, pero el engreimiento de uno y la sabiduría del otro les impedían permanecer indiferentes.
-Si no te atrapo es porque no sirves ni para un bocado.
-Tú no probarías ni un bocado en todo el día tratando de atraparme.
-Mi vista es infalible, mis garras muy certeras, mis presas huyen despavoridas al verme.
-Mi pico es delicado con las flores, mis alas acarician sus corolas, ellas esperan pacientes por mis besos.
-Soy fuerte, no tengo rivales, mi color es de cobre brillante, resalta aún al posarme en las rocas.
-Soy ágil, no tengo enemigos, mi traje es un diminuto arco iris que se pierde entre arbustos y flores.
-Vivo en palacios de sólida roca, protegido por agrestes murallas, el sol me ofrece sus escalones de oro.
-Vivo entre verdes follajes, rodeado de buenos amigos, el agua que tú bebes brota generosa del suelo.
-El hombre me envidian, el hombre me admira, inspirados por mí cantan sus victorias y coronan orgullosos mi cabeza.
-El orgullo, cuando reina en el corazón del hombre es la muerte y la envidia su arma asesina.
La vida transcurría tranquila más no monótona, los insectos, las plantas, los animales, quizá por su propia naturaleza eran incapaces de sentir fastidio. El águila y el colibrí, felices cada cual a su manera vieron interrumpido su frecuente trato por la incursión de los hombres; éstos dispusieron de los árboles, del agua y de los animales a su caprichoso antojo: talaron pinos, quemaron arbustos, cazaron venados, aprisionaron pájaros, curtieron pieles, fumigaron insectos, en fin, que los auténticos dueños del bosque y la pradera fueron desplazados o eliminados sin consideración.
El águila, al enterarse replicó despreocupada:
-Podrán arrasar la tierra, pero no pueden flotar en el aire.
-Insensato– respondió el colibrí- ¿no ves que han roto la cadena de la cual tú también formas parte? Tarde o temprano llegarán a tu eslabón.
Efectivamente, al poco tiempo los animales de los cuales solía alimentarse el águila fueron escaseando pero él decidió cobrarle al hombre sus raciones y comenzó a frecuentar los corrales atrapando gallinas, crías de ovejas, cerdos o cualquier otro animal doméstico mientras los hombres, impotentes lo miraban alejarse. La situación no duró mucho y un día los granjeros salieron hacia la montaña con sus armas, al verlos el águila los desafió dibujando siluetas en el aire.
Los ardientes rayos solares a los cuales los ojos del águila eran inmunes lastimaba la vista de los hombres, quizá en un desesperado intento por protegerla, pero fue inútil, después de haberlo espiado pacientemente dos días comenzaron los disparos, el tercero una bala dio en el blanco derribando la majestuosa ave, la cual cayó agonizante con un sordo golpe junto a las malezas; el colibrí se percató y voló hacia él, posándose junto a su cabeza.
-¡Qué razón tenías pequeñito! Es terriblemente dolorosa una caída desde el cielo.
-Descansa compañero -contestó él- así como hoy pereces, así perecerán aquéllos hombres cuando, creyendo dominar el cielo se verán despiadadamente derribados.
El águila expiró y el colibrí, suspirando tristemente murmuró al contemplar la ya solitaria bóveda azul:
-Lástima de cielo, poco a poco va perdiendo alas.