Alberto Escobar

Mefistófeles

 

La Nada atemoriza, el Ser ansía sobrenadando la Nada.
La angustia por no Ser atenaza, y ello nos empuja a Saber.
La Salvación frente a la Nada nos impulsa a Ser.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Johann G. Faust levanta los ojos del papel.
Ensimismado en la lectura de Agrippa, —unos legajos que llegaron a sus manos
procedentes de la Universidad de Heidelberg— fueron pasando las horas de un reloj
remiso a pronunciar el campaneo de rigor —no quería molestar—.
Se anunciaban las doce de la noche sin que el sueño acudiera a sus desvelos.
La «Filosofía Oculta» que acariciaba entre sus manos consistía en una visión cabalística
de la existencia, donde el Ser y la Nada eran las imágenes especulares de una realidad
imaginada por imaginaria, de un constructo sin visos de posibilidad.
Faust ejerce la catedra de Gramática Latina desde hace algunos lustros sin destacar como
una de las lumbreras de su departamento.
Su vida transcurre entre mamotretos de la especie de este que navegaban los siglos
hasta acabar bajo su mirada escrutadora, minuciosa, atenta hasta la extenuación.
Su avidez por el hallazgo se califica de enfermiza. Casi a diario —y como si cruzara
el umbral del infierno— se topa de bruces con las claras del día —tal era su dedicación.
Tras la vigilia debía rendir sus clases como de costumbre, mas su cansancio acababa
pasándole necesaria factura en los momentos más insospechados; en ocasiones se le
cerraban los ojos en el claustro de profesores y otras, como por ensalmo, le hacía
derrumbarse al pie del encerado mientras encaraba una explicación filológica.
En estos instantes, frisando en las tres de la mañana, Faust decide plegar los bártulos
y disponerse al sueño. Le estoy viendo colocándose la cámisa de franela y el bonete
azul rematado con un borlón amarillo; después cumplirá con sus abluciones rituales
para finalmente decidirse a dormir, no sin antes realizar unos estiramientos de los
miembros y espaldas para aliviar la cargazón que la rigidez postural de tantas horas
sentado conlleva a su musculatura.
Ya parece que se acomoda en la calidez de su humilde jergón.
Buenas noches Faust.