Entregado a la
cotidiana tarea
de extrañarte;
de asustarme
cada vez que me asombras.
Aferrado a un
hilo de viento,
a un hálito de tu beso,
soportando la opresiva
presencia del cosmos,
de todo el tiempo,
(el que fue y el que será)
de la existencia de cada hombre,
de cada cosa y de cada tarde.
¿En qué latitud
de este mar infinito
flotan los restos
de este diario naufragio?