Más allá de la música,
más allá de los sonidos triviales
de cada rincón del mundo,
estaba tu rostro.
Hubo un inagotable camino rocoso
que conducía a una penumbra,
donde el aire tibio
amortiguaba todas las palabras,
y como si fueran motas,
los sentidos dispersos
en ese universo oscuro.
Solo me salva algo que nadie más nota,
no son vibraciones en el aire
ni memorias de texturas aisladas,
no son las ondas
que dan el color azul y el violeta,
no es mi lengua salada
ni el recuerdo sobre el aroma
de la hierva húmeda en la mañana.
Haciendo como si todo eso se esfumara
en la sombra del paisaje,
emergía la tenue figura de tus brazos
como ramas blandas y abatidas,
tus dedos lanceolados,
la unión de cada arista
para dibujar tus manos.
Una mezcla de hojas secas en la tierra
forma el color de tu piel,
y del agua quizá, o de la madera,
absorben la vida tus ojos.
Era un paradero tu mirada,
un sitio
donde descansa el universo.