Me lavo
y contemplo mis manos,
tan protegidas y mimadas estos días,
manos , que deben evitar el contacto con los otros,
pero afortunadamente no hay mejor memoria que la corporal.
Lavo mis manos,
manos que recogen la presencia de tantas y tantas personas,
que ahora se me hacen intensamente cercanas,
y las acojo, las silencio, las agradezco.
Lavo mis manos
y pienso en este ritual tantas veces repetido,
un momento de intimidad pero también de comunidad,
en el que nos cuidamos y cuidamos de los otros.
Y se me antoja como un gesto sagrado,
de infinita ternura y de entrega profunda,
en el que nos lavamos las manos los unos a los otros.
Lavamos nuestras manos ,
en este acto que quiere ser ,
una sencilla plegaria de comunión con toda la humanidad.