Cuando acuerdo querer
de la manera que se debe querer
Infinitesimalmente miro los
espejos oscuros de tus ojos
que bifurcan mí atardecer.
La espiga mala crece en medio del trigo
dejando caer su semilla.
No florece solamente el rosal
también crece la zisaña en el trigal.
Estás más lejana que nunca
jamás el adiós mordió el fruto prohibido
hasta qué Adán escupió el veneno
de la manzana y plantó el árbol de vida.
Si no me besaras tendría que inventar el beso
para que crezca como el musgo
y relama las comisuras de las líneas
imaginarias de la huella de sal de tu boca.
Eres el signo de interrogación,
el paréntesis abandonado.
La huella gramatical de la grafía
de la novela inconclusa de nuestra historia.
Allí en los espacios donde mudamos
los pensamientos y las ideas amañadas
por el vino macerado con besos
de tus labios sangrantes de deseos
se quedan mis adioses anudados a tu boca.
Acuerdo quererte
aunque te hayas ido
renegando de mi semilla adánica.
Apretando las amarras de tus deseos reprimidos
para esculpir la moral en tu nombre mortal
y en tu rosacea piel de lirios y jazmines.
Acuerdo quererte
aunque jamás ya quieras
pronunciar mi nombre por ladino.
No tiene sentido
invertir las manecillas del reloj
para saltar la huella del destino.
Acuerdo quererte
porque de tanto querer
he echado a perder
el interés de tenerte.