Para mi padre Enrique,
Toda tu familia te canta porque fuiste su verdadera felicidad.
—Fernando Novalbos Sánchez
El pasado existe si es en la percepción del presente,
la actualización de los hechos tangibles,
no podemos alimentar un cuerpo que se desvanezca,
el caos del sufrimiento lo aflige sepultándole.
Desde que conozco esta forma goterosa de morir,
el cosmos de la luz se apaga sin reminiscencias,
soy consciente de la realidad confusa y la tristeza,
ahora al fin sé que nada es porque tenga que ser,
todo es porque está escrito desee el comienzo,
un manifiesto de latitudes extrañas y conmovedoras,
un avatar transfigurado de sentimientos sangrantes,
el silencio, la carne, la convulsión de los ojos cerrados,
la tierra desierta, su vuelta verdadera al corazón,
la raíz seca que desnutre la savia de la simiente,
una pérdida que desvirtúa la razón de la naturaleza,
la palabra rota, el abrazo invisible, la mirada ciega,
la voz inexistente dentro de una torre sin salida,
o el fondo de la mesa sin las manos que la calientan,
sobre el pasado, sobre la memoria, sobre la vida,
sobre el porvenir que no encontraremos nunca más,
hechos dialécticos que porfían con la poesía y la lengua,,
el poema que también habla de lo imposible,
una posibilidad en sí de lo que ocurrirá, y ocurre,
hoy que el descielo estremecido está a punto de llegar,
porque nunca habrá historia lejos del anacronismo,
y sin embargo conozco derrotas confirmadas,
diluvios que anegan el recuerdo, polvaredas sin huella,
sumas de instantes ajenas a la armonía desoída,
acordes que desdibujan la estación de la era solar.
Porque el pasado que conocemos existe tan sólo
en la percepción del presente,
y yo quiero la voz del presente para tener tu pasado,
la actualización de los hechos tangibles,
la esmeralda cristalina de tus ojos despiertos cada día,
el alimento que recrece en tu cuerpo,
la floresta frondosa que en nada aflige a la flor,
como tu ser que implora una sonrisa a la alegría
para la felicidad de tus hijos por encima de la tuya misma,
y labrar con la maravilla imposible de tus manos útiles,
el amor, tu saber estar, tu ahora de ayer, tu mañana,
para que la pisada desnuda
de tus pies sea de ahora en adelante ya para siempre.
Ante los ojos deslumbrantes de la muerte,
amanecieron los pájaros orgullosos de cantarte,
un coro de amapolas vivas que emerge de los peces
que tiñen de agua el paisaje,
violines espandiéndose durante la noche triste,
con tu nombre frente al espejo,
donde mis ojos te miraban sin encontrarte,
dulce, enrrabietado, ágil para pensar,
fuiste la compensación de la lluvia desigual.
Llévate contigo esta rosa prendida al corazón,
yo agonizaré el resto de la vida,
y quienes te aman no vivirán sin pensarte
un sólo instante de lo que les quede de vida,
porque has desaparecido por el extremo
del horizonte donde los lazos se desunen,
y todavía teníamos que mirarte un rato más,
y todavía nos faltaba tu última sonrisa,
tu voz completa llena de jazmines dulces.
La gloria que queda se erijirá en tu memoria,
sin ti seremos un espectro sin espacio luminoso,
porque la vida no sabe qué significa
lo que se lleva,
ni la luna será capaz de comprender
por qué le faltará el aire y el azogue.
si el paraíso es descendiente, y tú dabas sombra
a los sauces tristes de la tarde oscura
tan sólo con la estela de tu presencia única.
No me olvidaré del equinocio deslumbrante,
ni del solsticio cuando arranque el verano,
tú serás mi pena incesante, mi poesía,
mi algría definitiva densa de perfumes,
porque fuiste bello como la hondura del poema,
inconmoviblemente conmovido por tu ser,
llevabas presentes a tus cuatro hijos,
como estrellas volantes que van en bandadas,
pero el tiempo caprichoso ha modificado
el tic tac del sentido y las manecillas del reloj
se han resquebrajado bajo la tierra,
te has ido diminuto, solo, lejos de todo,
y de todos, desnutrido, eternamente amado,
como una golondrina que teje con hilo de seda
pañuelos para secarnos las lágrimas,
habitas el cielo porque has muerto para siempre.
Yo te expreso la pasión del este amor ilimitado,
semilla fértil que nutre de luz el vientre
del campo donde plantaste los almendros,
no tenías que haberte muerto a ninguna hora,
es aquí donde necesitábamos tu risa calurosa,
tu campo de batalla fuimos nosotros, tus hijos,
y nos quedamos sin compostura entrelazada,
pero no tenías que haberte muerto así,
porque los pájaros le cantan al descanso de tu herida,
y no basta,
de repetirse, cantarán para ti,
ahora que lloramos sin cesar tu muerte
sin más adios
que el capricho invisible de esta dura despedida.
III. EDÉN DE FLORES EN LA TIERRA DE FUEGO/03 de abril de 2020
Hoy, en plena primavera,
dejo abierta la puerta de la jaula al pobre pájaro azul.
—Rubén Darío
Mi edén de flores y de primaveras,
mi escuadrón de ángeles alrededor de la pluma,
el poema que te quise escribir y te escribo,
pájaro que se agiganta con la luz anclada
al silencioso añil del cielo,
tu voz que se erige por la memoria de ayer,
ahora que otro tiempo acaba de llegar,
y en este momento en concreto,
trato de no convertir la sensibilidad desastrosa
del esperma que contabiliza en contra,
te espero sentado en el quicio de la puerta,
no sé si la palabra amor es la más correcta,
si existe un sinónimo común para sustanciarlo,
o si después de la impostura lograremos combatir
las incompatibilidades que encontremos,
des pués de la razón de ser
de habernos impermeabilizado en silencio,
sin desperdiciar un sólo instante para acrecentar,
ser igual que siempre fuimos desde el principio,
oírte decir un no quiero porque no puedo,
aun subiendo el escalón que dejamos atrás,
tantas veces en medio de la lluvia
que moja sin paraguas, y hoy,
con la muerte que nos devuelve a otra vida,
somos capaces de rehacer la palabra deshecha
en tu diálogo acertado que sabe la respuesta.
Pero, no te acerques a mi tumba sollozando.
No estoy allí. No duermo ahí.
Soy como mil vientos soplando.
Soy como un diamante en la nieve brillando.
Soy la luz del sol sobre el grano dorado.
Soy la lluvia gentil del otoño esperado
cuando despiertas en la tranquila mañana.
Soy la bandada de pájaros que trina.
Soy también las estrellas que titilan,
mientras cae la noche en tu ventana.
Por eso, no te acerques a mi tumba sollozando.
No estoy allí. Yo no moriré sin ti,
te estaré esperando.
Es fácil deducir la luminosidad blanca,
deshelar la laguna que moja tu garganta sensible,
esta desazón desalambrada que busca
una luz encendida que nunca se apaga,
tu corazón ventoso, este mismo momento,
lejos de la pleitesía ornamentada en latifundios,
a raíz de ti, contigo, en la mitad de tus ojos,
mirando desde el ventanal de la tierra de fuego,
los rumores desprendidos del anochecer,
para comprender las cosas redondas del mundo,
y buscar en tus cuerdas vocales el ángel
que viste ciegamente el cuerpo del duende,
con la pasión desnuda de quererle encontrar.
En la tierra de fuego,
el edén de flores reposa junto al aire que riega
su estero con el amor que se forja en la esperanza.