Andrea St

Mariposa dorada

Que abraces mis sombras  y no me sueltes

fue desde siempre mi deseo más cobarde.

Muero, amada mía, muero de nuevo

al esperar tu regreso en esta prisión de cristal,

más llena de tus besos que mi boca.

 

Vienes a mí en sueños, grácil, seductora,

me abrumas mientras vagas en los recuerdos.

Con tu etérea belleza enmohecida de olvido,

te paseas envuelta en escarcha de arena,

robas suspiros de mis labios y otro besa tu boca.

 

Dicen que te escondes de la luz y sales de noche

ignorantes que en tus ojos habita el insano deseo

de fundirte en el fuego y descansar en sus cenizas.

 

Dicen de ti que eres plaga, que tus caricias matan,

convencidos del mal ominoso, que en tu codicia,

disfrazas de tiernos besos y leproso te arranca la vida.

 

Dicen a gritos las voces, que estás maldita, mi obsesión.

Dicen tantas cosas erradas… Y, ahora que te has ido,

el fuego consume mi vida y me arranca a besos la piel.