Las voces del viento
corren a lo lejos,
se esconden
en mis recuerdos,
en el olor a leña de la Hilda
en la leche que caía de pichel
en pichel por las calles lodosas del proyecto
en las correntadas de agua por la lluvia;
recuerdos de trópico húmedo
de días enteros brisando,
de gente ahogada en el río,
de culebras tercio pelo encontradas en los patios de las casas,
de pescadores negros de sol
achicando los botes de canaletes
con piñas de mojarras que venderán en el malecón;
recuerdos con olor a café y nacatamal
en domingo,
de apodos por todos lados
de sopas de pescado con guineo cocido,
de carne de venado del monte,
aquellas filas para comprar frito donde la Ceciliona,
de pescado frito,
los jocotes ñomblón,
el pan caliente de donde doña Blanca
las campanas de la iglesia por la tarde,
del atardecer en el lago
y los matices naranjas de las nubes
reflejadas en el agua serena
y las nostalgias
naufragando a cada tumbo
en la orilla,
esos amores que florecían en las tardes
suavidad al contacto de las manos,
miradas de río
y sonrisas de ojos de agua,
esas tardes de besos y promesas
con garzas volando a lo lejos,
amores que flotan junto a las plantas de agua,
amantes que se miran
y se esconden del ruido de la gente,
amantes que se alejan de la calle ocho.
Son esos vientos
de cuando era niño,
cuando la voz de mis padres
era toda verdad
y el sonido de la lluvia
sobre el techo era el inicio de un viaje
extraordinario hacia mis pensamientos.
Recuerdos de cuando los dolores
eran chiquitos
y la felicidad era palabra fácil,
cajita de zapatos escondida en el pecho
fotografías que mis ojos guardan.
esos recuerdos que hoy les cuento
y me hacen sonreír.