Alicaído el deseo, uno simplemente camina, como si hubiera un lugar a donde ir,
Por la lánguida calle, donde los desesperados de amor abundan y las traficantes del mismo en las esquinas atestan, ofreciendo placebo para mitigar la soledad desesperante.
Aciaga la memoria, empantanada por los recuerdos uno busca escapar de ellos con los trenes de la mente excitada por un agente externo, producida en alguna cocina o cosecha de algún patio;
Execrable animo lucrante si lo habrá, irremediable tarea fina esto de comerciar con la desgracia ajena brindando un pseudo método de escape virtual.
Deplorable ver que la ronda de botellas no termina, si van una llegan dos y no hay este número sin una tercera, así se consumen mañanas, tardes y noches enteras;
Nadie espera, nadie a quien le importe por lo menos, afligidos valcesitos acompañan la velada, relatando la historia jamás contada de cómo la vida nos maltrata.
Funesta forma de acabar, los callejones se llenan de sueños quebrados e infortunados transeúntes, triste rejunte de almas apagadas buscando ser encendidas, que se nos extienda una mano amiga y unas palabras de aliento, preciado alimento al Espíritu.
Así son las apesadumbradas vivencias, no es cuestión de fe para poder verlas porque sin o con ella las mismas prácticas se presentan, ni ser doctor de la experiencia para saber lo malo de esto;
Sin embargo no se necesita peritos de la moral, ni juicios de valor sobre nuestro actuar, ya que
Preferimos vivir con la felicidad de la mentira y lo alegre del enigma que con la melancolía de la verdad y lo atribulado de la realidad