Largas son las noches, espinosas las tardes
con el aire como una voz
castigando los oídos
para ahuyentar todo el valor
de cordero que aun sobrevive;
Todo el mundo es un mar en que me pierdo
sin encontrar un sitio
donde reunir mis partes,
la gente pasa y vuelve
con sus sombras, algunos con su corazón
en la mano
y otros con una piedra entre los ojos;
No puede ser que seamos islas
en medio de inmensas lágrimas,
navegando en el mar del olvido;
¡Debería ser feliz, yo que amaba mi soledad
y mi tristeza!
¡Yo que amaba el silencio!
Pero esto es demasiado.
La ciudad es una urbe gris
donde la dicha es una flor martirizada
por la garua que forma un río
en los ojos de nuestras vidas;
El tiempo es un cuervo que se desliza
bajo nuestro cuerpo
escondiendo su ceniza
con el que ha de cubrir el final de nuestro camino;
Las calles son como callejones sin salida
cada uno con su nido de pájaro
como fieles vecinos
de nuestro reposo.
Aquí se me caen los recuerdos,
me pesan los pies
y el viento se aleja con todas las voces
que arranca de mi pecho enmohecido
por la ternura de mármol;
Todo es un mar amansado que crece
sobre los sueños cubiertos de extravío,
Aquí nadie se preocupa por oír,
las voces son aguijones que se hacen uno
en los oídos llenos de caparazones,
los sermones taladran más en las sienes
de las estatuas
que en las gentes de buena voluntad;
Siempre pregunto con mi coraje dócil
¿Es que alguien oye por aquí?
¿Es que alguien sangra por aquí?
Y acaso estoy en un sueño que se hace pesadilla;
Los edificios de mármoles,
los departamentos a la medida,
las flores, los jardines,
las mariposas que no alegran,
todo en una paz que estremece;
Solo silban los aires,
toca la puerta el viento en su regreso
y entra por la ventana
al no abrirle nadie
y deja por cualquier lado algún recado
de alguien que nos recuerda;
En la noche la luna es un gran ojo
que nos censa la memoria.