Cuando en el alma, sólo en el alma quedó como el frío invierno, sí, como el desastre en ver y de sentir lo que más ocurrió. Cuando en el alma se debió de creer que el ritmo de su vida lo perdió, perdió la alegría, perdió todo lo bueno que la vida le daba y más un verdadero amor, el de Rudolfo. Su vida fue y será, de tiempo y de soledad. Con la borrachera y la decepción, sólo se debió de creer que su vida la perdió completamente. Irracionalmente, e insospechadamente, y todo porque realmente, ella, era la única que tenía la evidencia de esa noche oscura y tenebrosa en que ella perdió todo. Cuando en el alma, sólo en el alma, sólo irrumpió el deseo de vivir a una muerte segura. La ayudó la vecina, sólo la vecina sabía de todo, de todo lo sucedido no, pero, de su adicción al alcohol, y de su cobarde acción en destruir toda una vida. Sólo se aferró al alcohol, y a la mala vida, pues, no soportó lo ocurrido, cuando su manera de ver la vida murió en una muerte tan segura como lo que ella hizo. Su vida fue sólo una mala suerte, pues, se derrumbó y todo porque ella, así lo quiso. Cuando en el alma, sólo en el alma, se destruyó como se destruye el cielo o se derrumba un imperio. Sólo como se destroza el deseo, y romper las cadenas del imperio, sólo le quedaba o le faltaba por hacer y realizar. Sólo el deseo fue automatizar el ir y venir de la vida borracha y de indeleble situación, cuando se dió todo lo ocurrido. Cuando se dió la más delirante de las pesadillas, y fue lo más áspero de la vida, la muerte se le acercaba. Y era su vida, y no la de otro, sólo automatiza lo que ocurrió, una violación, y un desastre si sólo le faltaba un detalle, y era la venganza eminente que se avecinaba. Cuando en el alma, sólo se atrajo una sola desesperación, cuando sólo se llevó una dulce, pero, un agrio sabor, en cuanto a la vida misma. Cuando en la esencia, sólo se atrajo el dulce, pero, suave néctar de la vida misma. Cuando en el alma, sólo en el alma, se enfrío la vida misma y más el poder de la piel en sentir. Y fue la dulzura la que contrajo un agrio sabor de la vida misma, cuando en el ocaso se fue por donde llega la noche fría. Y así fue su vida, perdida, herida y sin más poder que la misma destrucción. Cuando en el alma, sólo en el alma, sólo se dió una luz, como la del mismo cielo. Cuando ocurrió el desastre, de ir y de venir. Cuando en el ambiente, sólo se forjó, una llave en ver la libertad. Guardó entre la mesita de noche y la cama a la cadenita con el delfín de ese mal hombre. Y se fue a beber, más y más, a emborracharse para olvidar de su desgracia atormentada. Y lloraba y lloraba, amarrada a la almohada, sintiendo su esencia marcada, y su ausencia sucia como el lodo mismo. Su vida pasó en ser, de una mujer cobarde a más cobarde, a más delirante, y a más borracha, se tomaba las botellas completas diarias hasta quedar dormida, herida, traspasada, y desolada en aquella habitación donde había trabajado mucho para qué, para beberse ese dinero en botellas de alcohol. Su vida marcó una trascendencia, un sitial en la vida misma, una fuerza de voluntad cuando perdió todo. Como de la noche a la mañana, o de la mañana a la noche, perdiera todo. Como una mentira dulce, y suave, o como una verdad hiriente y de dolor. Sólo la vida le entendía, si nadie sabía de su desgracia, y de porqué el cambio tan radical, de Elisa. Su apariencia cambió a más delgada, a más enclenque, y con un semblante muy pálido y casi moribunda. Y era ella, Elisa, la que fue mancillada, violada, desgraciada, y herida cruelmente, y vilmente. Pues, sólo ella quería salir hacia adelante, pero, su vida se tronchó de una manera tan irracional y tan irreal, pero, cierto.
No lograba reponerse, perdió todo, y todo por una sola vez. -“Aquella noche, fue desde aquella noche”-, ella, trataba de recordar, pero, el alcohol la venció, cuando se dirigía a hablar con su vecina. Estaba demasiada tomada, ebria y de una soledad en el alma, estaba ardientemente en fiebre, la vecina la lleva a la cama en aquella habitación devastada por la rabia, y le colocó unos pañitos tibios en la frente y así pudo aliviar la fiebre tan alta que poseía Elisa. Elisa, no salía de aquel cuarto, nadie sabía nada de lo que le pasaba, o lo que le pasó, ella se mantuvo callada, desolada, y tristemente silente. Cayó en enfermedad, su cuerpo estaba descompuesto, un doctor la atendió y le hizo una sola advertencia, de que reposara y sin una gota de alcohol. Cuando en el alma, se entregó a la oscura serenidad, de que el tiempo, sólo el tiempo, alumbró, lo que el sol dejó de dar la luz, cuando llegó la noche. Se destruyó el instante, y el momento cayó en más pecados, y dentro de su piel, cayó en un forzado de un mal sentido. Cuando ella, Elisa, perdió todas las riendas de su propia vida, y más de su corazón debatiéndose entre la vida o la muerte, ¿habrá roto las cadenas del imperio de la vil muerte?, cuando sólo logró despertar de todo el mal habitual. Nunca más volvió a beber alcohol. Se fue reponiendo poco a poco, hasta que supo en la subconciencia que lo había perdido todo. Cuando en la vida, sólo en la vida, sólo se terminó de dar todo lo bueno que le daba la vida misma. Y en su memoria, pensó en las cadenas del imperio, y se dijo que la muerte estaba al acecho de ella, de su pensar y de su memoria y más de su estado emocional. Su psicología estaba maltrecha, triste y abatida, en una sensación de delicada emoción. Su esencia marcada y desolada, y en tristeza más consecuente que la misma mala vida que había tomado en un rumbo sin dirección. Y sí, porque no había más nada que hacer, decía ella, la que había sido mancillada, maltratada y más, violada en una noche oscura de tristeza universal. Sólo despertó en una soledad intransigente, desolada, y abatida, y tan herida como el mismo Dios en la cruz. La luz no le deba abastos en creer en lo absorta que es la poca vida que Dios le había dado. Cruzó por el camino entre un cuarto y el otro cuarto, y caminó y supo dónde iba a estar en un mañana en un manicomio desolado, triste y ambigüo, y con un silencio atroz. El voraz silencio le atormentó, le ocasionó un mal estado emocional y psicológico de una neurastenia basada en una crisis depresiva de la violación que había pasado ella. Y cayó en el manicomio, intensamente adolorida, ebria, y en un mal estado tanto físico como emocional. Y allí, se recuperó, no sin antes, conocer otras historias en hechos parecidos al de ella, de Elisa. Y supo, que el techo es de cristal y que se puede romper algún día. Como las cadenas del imperio, las cadenas que trae y lleva la vil muerte para con ella. Y ella, Elisa, en el manicomio fue a parar. Y allí, mientras escuchaba más historias verdaderas como tan reales, sólo se llevó una más mala impresión de los hombres. Los odiaba a muerte, a pulso, a gota a gota. Y era, ella, Elisa, la que tenía Sida, por culpa de la mala violación y de un hombre tan malo como la misma muerte. Ella, solía salir al jardín de vez en cuando para poder respirar y saber que el aire puro estaba en su nariz. Pues, en su manera de ver la vida, sólo solía desventurarse por el mal recuerdo y por las malas experiencias de la vida, y por el tiempo en ocasos fríos, por delante de aquella noche por el valle tan fría y desolada que irrumpió en una sólo mal acto de aquel hombre que la violó a la fuerza dejándola inconsciente. Y atrajo lo que nunca, un recuerdo o un olvido. Pero, ella juró que nunca aunque ebria no olvidaría de ese mal acto en su corta vida. Y aquella muchacha de ojos azules y de cabellos rubios, sólo se dijo que en el desierto, sólo en la soledad y en el desierto, podré recuperar las fuerzas necesarias para volver a la vida misma y vengarse de él, de ese mal nacido y mal hombre. Y sólo quiso en saber que las penas como llegan se van. Más se dijo que el universo la llevaría al lugar correcto, cuando quisiera vengar su alma, no a su cuerpo, porque su cuerpo yá estaba maltrecho y descompuesto y muy herido. Sólo quiso saber cómo casarse vírgen y ser del hombre que ella amaba en una noche de felicidad. Pero, no, que ella nunca llegaría a ser eso una virgen para una noche de bodas y todo por culpa de ese mal hombre. Cuando en el alma sólo en el alma, sólo se debió de haber entregado al fin sin un buen comienzo. Y era ella, Elisa, la que tenía la enfermedad del Sida, la que vilmente murió una noche de tinieblas frías y de una noche tan oscura como tan perdida. Y socavó muy adentro lo que perfiló en el desastre de creer en el alma a ciegas. Llorando una pena y una mala situación de su pasado y de su propia vida. Y comprendió a muchas y detestó y juró por la maldición del hombre. Cuando en el alma sólo en el alma, se sintió sola, apaciguada y mal formada. Deformada por el tiempo, por las borracheras que tomó y por el tiempo en destrucción total de su físico y más de su estado emocional. Cuando en el alma, sólo en el alma, se debió de creer en el desierto, en el alma devastada y arruinada de un tiempo en que sólo su vida perforó lo que la vida debió de ser bella y más que hermosa para ella, Elisa, la muchacha de ojos azules y de cabellos rubios. Pero, su vida cayó en depresiones, en recuerdos y en “flashbacks”, en que su alma y en su corazón sólo recordó lo que debió en ser. Cuando en el alma, sólo en el alma, se debió de sustentar en una clara, pero, como el transparente cristal y no como el barro o como el lodo mismo. Y se fue por el desierto, aquel desierto, en el cual, sólo le llevaba a ser fiel a su juramento. Y en el manicomio, sonrío y volvió a la vida, escuchó lo que nunca antes, lo que encerró el delirio, la manera en caer, en derribar lo más hermoso de la vida, de creer en el amor y en la conmiseración de la misma gente, menos de los hombres, los odiaba a muerte. Y, ¿tenía razón?, pues, sí. Aunque no todos los hombres son iguales, todos llevaban el nombre de hombre, y justos por pecadores con ella pagaron muchos. Y su estado emocional alteró su esencia, se veía más ruborizada, con un semblante más rojizo, y sus cabellos, ¡ay, de sus cabellos rubios y largos!, era la envidia de las mujeres. Amó mucho, pues, el destino le otorgó amar a la gente misma. Pero, los hombres, ¡ay, de los hombres!. Sólo quiso en verdad a Rudolfo. A su verdadero amor. Pero, siempre lo mantuvo lejos y de su propia vida. Y las cadenas del imperio de la muerte, rompió consecuentemente, después, de barrer por el suelo su amarga existencia y saber que hay y que existen otras historias más trascendentales que su propia vida e historia. Tomó fuerzas y valentía, pues, su manera de ver la vida no acababa ahí. Mientras, permanecía en el manicomio sólo tramaba cómo poder vengarse de él, del hombre que la había mancillado. Pues, su estado emocional estaba a cien grados, de estar y de permanecer mejor, era de su propia parte. Aunque su presencia, sólo le conllevó, una total ausencia del aquel alcoholismo y de aquel mal hábito que le hizo perder casi su físico. Se propuso nunca más alterar su estado emocional, y de salir de esa mala depresión que la llevó a tanto y por tanto. Se electrificó su forma de ver la vida, de creer en la superación, y de ser como el ave capaz de volar lejos. Cuando en el alma, sólo en el alma, se debatió en un sólo altercado, de creer en el alma sin la luz que emanaba de la propia esencia. Cuando en el alma se enfrío, de calores y de extremos sudores. Y llegó el frío invierno, dentro de la vida misma, cuando en el alma, sólo en el alma, se entregó al abismo frío y sin la salida correcta. Quedó internada y hospitalizada, cuatro meses, pues, su estado de salud era muy demacrado y lo ameritaba su cuerpo.
Continuará………………………………………………………………………………..