Me he asomado por la ventana esperando verte, pero no lo he conseguido, quizá sea la incierta suerte que pega cuando se le da la gana o el destino que me ha jugado sucio y me hace esperar a sabiendas de mi escasa paciencia.
Los ruidos de la ciudad me han causado sordera y no me es posible escuchar si haz gritado mi nombre, si en el filo de la noche las ansias mezcladas con unos cuantos mezcales te han motivado a buscarme, presintiendo a medias que yo también deseo que me encuentres. Por eso he dejado de creer en el cuento de hadas y he salido a toparme contigo, aún no sé donde, ni a que hora, pero recorro sin prisa cada calle y avenida, a veces mientras me detengo a tomar una cerveza, logro escuchar el sonar de la guitarra, y a pasos agigantados me apresuro para dar con el lugar donde como a mi –la música y el golpe de los aplausos– te han llevado a merodear, permitiendo encontrarte ahí, pero no, me han salido mal los cálculos y tendré que empacar de nuevo en esta travesía que inicié buscando aquellos ojos de los que no me he podido desprender.
La interrogante sigue abierta, aguardando por la respuesta que le otorgue calma al corazón, de aquella historia sin final escondida tras de una ventana que aún no ha de cerrar.