Erosiones y sedimentos
ocuparon repentinamente
mis manos. En trazos sostenidos,
invasores de pleamares y barros.
Vi habitaciones soleadas, cortinas
en bajas ciudades sin sótanos, vinos
etéreos circular de brazo en brazo.
Tuve la oportunidad de controlar
el limo de los acantilados, sueños
nefastos que gestaron los años y los recuerdos.
Mi mano negra voló en pedazos,
hindúes de rabiosa cola larga, formularon
mis propósitos y dieron radiaciones a mis
músculos ateridos.
La catapulta con que me hirieron
yace ahora sobre el suelo, digna, dignísima,
tan elegante como un camello en un desierto
de agua.
Multipliqué los panes, concreté el cabello
color aceituna de los enseres y los lugares,
derribé los mitos, y estiré mis labios con un
circular beso.
Trabajé sólo por eso, beso sobre beso,
contubernio de adolescentes que, frenéticos,
desmienten a las autoridades y siguen
su sexo- ensueño.
Cúpulas de barro; fondos artesonados
como ladrillos de cimientos, cumplí
mis viejos años, lagarto de piel rígida,
en el submarino vaso de los infieles.
Y mentí, desmentí tenazmente los
cuerpos que me persiguieron como fantasmas:
yo iba delante de ellos, en casi todas
mis carreras espectrales.
Trabajé sólo por ello-.
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