Ya fuimos besos
y risas
y la ternura
en un helado de vainilla.
Ya congelamos
el instante feliz
en una fotografía
que se borra
entre las páginas de un libro.
Ya somos solo
recuerdo en
las cosas abandonadas
al olvido: un abrigo,
(que evoca su nítida presencia),
las maltrechas gafas, un viejo radio;
la taza preferida para el café.
Ya somos solo
la voz;
esa voz que nos busca
en el laberinto de la noche
anunciando la ausencia
y dejando en el cuerpo mortal
la visceral sensación del adiós:
un eco del alma de Poe
que repite:
!Nunca más, nunca más!