José Miguel Núñez

CICATRICES

Has esculpido sobre tu piel, historias de sangre y fuego, conquistas y derrotas que acompañan a los viajeros durante las noches frías de los inviernos de la vida, sirviendo de inspiración, cual canciones de guerra inoculando utopías en la sangre temerosa que corre en las venas de los cuerpos cansados.

Este lastimoso presente,
aterrador paisaje de un virus,
fotografía desgastada de incertidumbre colectiva,
agua turbia que corre en libertad dentro de un río moribundo,
será al abrir la ventana de la mañana,
un recuerdo más,
una cicatriz que canta una canción,
una triste canción que todos esperamos que muera,
perdida en los pasos perdidos de un vagabundo en la noche.

Cada cicatriz es un camino de esperanza,
una vena de sueños creada como un tatuaje ancestral, forjado mientras la lluvia impertinente golpea con furia las figuras perdidas en el baile de la noche.

Mientras el artista nos tatúa,
enfocamos nuestras ganas en un solo objetivo,
en ese puntito negro sobre el mantel,
ese océano minúsculo que reúne en su centro todos los caminos que nuestros dolores pueden musitar,
ese puntito negro nos salva,
nos echa una palabra de auxilio frente a la intención macabra del tatuador y
caemos rendidos ante la oportunidad plausible de un puntito negro, justo frente a la fisura fantástica del día despúes.

Solo debemos esperar, enfocarnos en el puntito negro sobre el mantel,
dejar que en ese punto terminen todas las rectas que nos llevan de una lado a otro de las posibilidades negativas,
dejar ser al puntito negro, después de todo,
esa es la misión del puntito,
Inhalar nuestras preocupaciones , dejando la dimensión en que vivimos desprovista de martirios y persecuciones.

El tatuador seguirá tatuando,
no porque quiera o porque lo busque, seguirá tatuando porque así es,
porque la vida es como tal,
por más conjeturas que pretendan explicar lo inexplicable,
talvez la única certeza existente,
es la carencia total de certeza que fenece en medio de un juego suicida de explicaciones imposibles de demostrar.

La culpa no es del tatuador,
la culpa es nuestra y
de esta aproximación social
que impide que te enfoques
en el puntito negro sobre el mantel.