La soledad la acompaña mientras peina su blanca cabellera, antaño oscuro azabache.
Se mira en el espejo, su mirada se pierde en el vacío.
Cierra sus ojos mientras una lágrima cruza su cansado rostro; lenta deja una estela que recorren muchas otras más.
Le pesan los años que se reflejan en cada arruga que con orgullo porta.
Maldice su suerte, el amor de su vida, su compañero le fue arrebatado ayer por el virus.
Nacer en medio de una guerra, morir en medio de una pandemia ¡Quién lo diría!
Quiere orar pero las palabras no le salen, además ¿De qué sirve? — se dice —
Lejos se escucha el doblar de las campanas, cosa que ahonda su dolor.
Solo fallecer desea en estos momentos.
Mira a su alrededor, las fotos la cachetean haciéndole padecer aún más su pérdida.
Se levanta y tambalea. Se ase fuerte a la coqueta para no caer.
Viste su elegante pijama de seda, un regalo que le hizo. Desea reposar y se dirige insegura a la cama.
La mira y le parece enorme. Se sienta con cuidado al borde, se tumba. Inconsciente extiende su brazo con la esperanza de encontrarlo como todas las noches, de sentir su calor que la protege del frío, escuchar su lento respirar, sus suaves ronquidos…pero nada. Desgarrador desierto.
Apaga la luz de su masita de noche, solo quiere silencio y oscuridad, vivir en profundidad tan cruel dolor.
Un suave viento mueve las cortinas, juraría que la ventana estaba cerrada. No abre los ojos, espera sin temor alguno. — ¿qué otra cosa me puede suceder? — se dice —.
Es su olor que aprecia, su aroma. El corazón le late con fuerza, espera. Siente su presencia y abre los ojos.
Ahí está, joven, hermoso como en su juventud. Le extiende la mano, ella no lo duda y la toma entre la suya.
— ¡Ven! — le dice — ¡No temas amor! —
Se siente ligera, las arrugas han desaparecido. Un beso tierno bendice ese encuentro. Antes de irse, voltea. Ve su cuerpo que yace en el lecho, pudo vislumbrar una sonrisa antes de desaparecer de la mano de su amado. Fueron directos hacia una fuente de luz.