En un bosque lejano se convocó cierta noche a todas las hadas, se trataba de de determinar si valía la pena mostrarse aún a los humanos ya que dado su comportamiento desde hacía varias décadas debían decidir si se mudaban a una dimensión propicia, pues la continua expansión de las ciudades representaba la destrucción de su floresta y la convivencia en esas condiciones se había vuelto intolerable; desde temprano se fueron congregando hadas de todo tipo al palacio ubicado en el más antiguo árbol de aquél bosque, sus trajes vaporosos y transparentes inundaron de luz y rocío todo su follaje, como si todo él emitiera destellos y fresco aroma de azahar en cada una de sus hojas ; comenzaron a opinar: unas temían que al abandonar el bosque éste moriría y los genios malignos destruirían lo poco que quedaba de bondad en los humanos, otras pensaban que era necesario y así sucesivamente, una de ellas, al ver que que posiblemente el debate se prolongaría decidió aventurarse hasta la ciudad y comprobar si efectivamente la situación ya no tenía remedio.
Su aliento era de eucalipto, vestía un trajecito de clavel con una curiosa coronita de azucenas que la luna hacía destellar, olía a miel. Desde el cielo la ciudad lucía como un extenso, fosforescente e inquieto termitero que emitía sonidos siniestros, amedrentadores, que la entristecían y se horrorizó al pensar que su amado bosque pudiera convertirse en un lugar así,
Conforme se aproximaba, el rugido de cientos de motores la estremecieron, había pocos árboles y gran cantidad de construcciones cuadradas, unas más grandes, otras (la mayoría) contrastaban por su estrechez, las luces artificiales herían su vista y el humo suspendido la hicieron estornudar al ingresar a aquél dédalo tortuoso donde habitaban esos seres agresivos de los que tanto hablaban en el bosque. En las calles se topó con infinidad de humanos que avanzaban con la mirada vacía, otros que se gritaban entre sí o se quejaban constantemente, atravesó una pared sólo para ser repelida por estruendosas vibraciones de cierta música ininteligible para ella, ahí los humanos estaban hacinados, contorsionándose, sudando entre parpadeos de luces y olores a cigarro y licor, espantada se alejó de ahí.
Se dirigió entonces a una sección menos atestada de motores y paredes, una sección donde pudiera hacerse oír, lejos de tanto escándalo; se asomó a la ventana de una casa y descubrió a un humano que parecía inanimado, excepto por los dedos que se movían de cuando en cuando pulsando las teclas de un aparato electrónico, las cuales daban vida a una pantalla brillante, podía atravesar el cristal pero prefirió tocar, porque en tiempos remotos, cuando no había divisiones entre el bosque y la ciudad, todos se comunicaban por la simple voluntad de hacerlo, siendo la sola presencia un estímulo, pero no logró captar su atención, por lo que dedujo que pantalla, teclado y humano eran lo mismo.
Por otra ventana vio otra clase de humanos, mas pequeños, pero siempre frente a un aparato de pantalla brillante, tocó la ventana de nuevo esperando poder conocerlos pero tampoco la oyeron; a través de otra ventana vio a una pareja que se abrazaban y movían acompasadamente sobre un gran lecho, entonces se convirtió en estrella, la más hermosa, la más perfecta y la más grande para alumbrarlos sutilmente mientras les cantaba los romances de las cigarras a la luna, pero aquellos no se percataron. Cansada se asomó a otra ventana donde habían otra pareja, ésta vez, insultándose y arrojándose objetos, ahí ni siquiera intentó llamar.
Ya desanimada decidió regresar a su hogar, convencida de que el humano había perdido toda sutileza para percibirla, pero un llanto captó su atención y al buscar su procedencia, encontró una ventana cuyo cristal emnpañado mostraba a una mujer arrullando a su bebé, al cual trataba de calmar entre beso y mimo, entonces el hada atravesó el cristal y se acomodó en el pequeño pecho para cantarle las melodías del bosque: la de los amaneceres cuando el sol despierta a todas las aves con sus rayos, la de las carreras que juegan el venado y el conejo entre los árboles, le cantó la canción de las orugas cuando duermen esperando despertarse en mariposas... el pequeño dejó de llorar y la miró atentamente, sorprendido de su hermoso vestido con forma de clavel y su deslumbrante coronita de azucenas, aspiró profundamente su delicioso aroma a miel y comenzó a reír como sólo las criaturas inocentes saben hacerlo hasta quedar dormido plácidamente, entonces ella se alejó emocionada, pensando que al llegar al bosque podría decirle a las demás hadas: “hermanas, en la ciudad un humano logró verme”