Peón invisible
Dos décadas después del siglo veinte
vivíase en un mundo convulsionado,
bajo la ley del hombre despiadado,
orgulloso, profano y prepotente.
Masa social superflua, inconsecuente,
súbdita de un sistema desfasado,
escudera de aquel mundo enquistado,
en vil valor monetario inclemente.
Raza humana, insensible, retadora,
que destruye sin más el medio ambiente
y arruina los derechos de la gente
dedicada, humilde y trabajadora.
Mandatarios ilustres y engreídos
que ostentan el poder con armamento,
y que no oscilan ni un solo momento
para ir contra el rival, enfurecidos.
Si un profeta osara vaticinarles
que invisible peón los vencería,
pobre de aquel, pues lo someterían
a indecibles censuras infernales.
Y sin embargo hoy yacen reducidos,
anonadados, lelos e impacientes,
con el mismo discurso decadente
que jamás convence al pueblo afligido.
Pues justo surgió verdugo intangible,
expandiéndose en todas las naciones,
ocasionando lúgubres canciones
trayendo terror al hombre abatible.
El orgullo del hombre va cediendo,
hoy natura expresó su poderío,
y como si fuese en furibundo río
miles de almas se van despidiendo.
Y aquella sociedad convulsionada,
ansiosa, frenética, enloquecida,
se vio obligada a poner, enseguida,
pausa larga a su vida arrebatada.
Hoy, sitiado en su cruel confinamiento,
el pueblo canta notas de esperanza,
al cielo eleva miles de alabanzas
nacidas con sincero sentimiento.
El campo luce ya reverdeciente
sin tantos agentes contaminantes,
no se ven turistas ni caminantes,
se intuye una humanidad más consciente.
Y a pesar de tantos miles de muertes
que nos ha dejado el peón invisible,
a Dios rogamos que cese esta suerte
para vivir un mundo concebible.
Héctor Cuestas Venegas
Abril 13 de 2020