La espina…
( cuento )
Hace tiempo que en mi mente
había una espina clavada.
Era una duda candente,
filosa como una daga.
Nuestro amor se iba enfriando
De a poquito, yo notaba,
y aun queriendo repuntarlo
todo era igual pa’ mi guaina.
La incertidumbre roía
a la ilusión y esperanza.
Tristes pasaban los días.
El frío inundó la casa.
Las palabras se escapaban
del mismo modo que el agua.
Las respuestas no eran claras
y las preguntas muy laxas.
A veces montaba el pampa
y al galope me alejaba,
hasta la laguna blanca
donde solo meditaba.
Cómo hacer, cómo afrontar,
la situación que se daba?
Sería una realidad
o sólo una idea falsa?
Mis ojos nada veían.
No había una muestra de nada.
Pero algo me decía
que mi china me engañaba!
Pero con quién, cuándo, y dónde?
En qué momento pasaba?
Tal vez al entrar al monte
mientras duraba la hachada?
Mi cabeza se rompía,
mi corazón desangraba
y con el alma partida
en mil pedazos, andaba!
El silencio me abrazó,
la soledad fue mi aliada,
y al acostarnos los dos,
un muro nos separaba!
Apenas un buenas noches
antes de apagar la luz,
sin peleas ni reproches,
todo era calma y quietud!
Un descanso sin caricias,
sin un beso de ocasión,
de arrimarse, ni noticia,
quedaba grande el colchón.
Así fue pasando el tiempo,
cada uno en su rincón,
guardando todo allí dentro,
en el propio corazón!
Venía una fecha patria,
y debiendo festejar,
ensillé a la potranca
y fui pal’ pueblo a comprar…
Para toda la peonada,
capataz, el mariscal
y vecinos de otra estancia
que se reunían acá…
Las cosas que hacían falta
y algunos regalos más
así que a la madrugada,
de noche supe marchar…
Pues con carreta pesada
lerdo se hacía el andar
y tomaba una semana
entre ir y regresar.
Si bien viajaba equipado
cuando en el río fui a entrar,
ahí nomás quedé atascado
sin poder solucionar…
El problema que existía,
teniendo que retornar
con Sultán, el perro guía,
cortando campo a la par.
A dos horas, más o menos
de caminar sin parar,
pude apreciar a lo lejos
el farol de don Julián.
Un viejo de barba blanca,
herrero de profesión,
quien hablaba de su Austria
que siendo un niño dejó.
A metros de la tranquera,
de mi estancia *El Tropezón*
se divisaba una vela
justo al lado del fogón.
Me fui acercando a la casa
rodeado de oscuridad
y de un silencio que abraza,
como diciendo… Pará!
Detente, ya no camines
que te vas a arrepentir,
date la vuelta y elige
otro camino a seguir!
Avancé muy lentamente.
Mandé al perro a descansar.
Entré al rancho de repente
y la espina vi aflorar.
El dolor se hizo profundo.
En las miradas, terror.
Se me vino abajo el mundo
al descubrir la traición.
Empuñaba en mi derecha
a mi antiguo y gran facón,
brillando como una estrella
con sed de sangre y honor!
En la cintura mi chumbo,
un enorme y bello * Colt *,
cargado con seis cartuchos
y diciéndome… aquí estoy!
Yo quedé petrificado
sin moverme del lugar.
Ellos, ambos acostados
sin siquiera respirar.
Me senté en la mecedora.
El mutismo era total.
Pensé mil veces… Y ahora?
Dios… que triste realidad!
Él era el hijo de Clara
y de don Pedro Calán,
un marinero de España
que arribó siendo un galán!
De nombre Carlos Alberto
el descendiente en cuestión,
hombre joven, muy apuesto
acostado en mi colchón…
Con la mujer que yo amaba
hasta el momento de entrar,
esa misma que clavara
la espina en mi mencionar.
Fueron escasos minutos
y una inmensa eternidad.
Comenzaron ruegos, gritos
y pedidos de piedad!
Los dos quebraron en llanto.
No sé quién lloraba más?
Sus ojos fijos, mirando
si me movía de allá.
Pero mi bronca se fue.
Se la tragó la tristeza.
Me invadieron los por qué
y entendí que ya en mi pieza…
Mi cuerpo estaba demás
dado que nada existía,
se fue la felicidad
juntamente con la espina!
Luis A. Prieto
19/04/2020
13:35 hs.
Bs. As.
Arg.