Entre las cumbres brumosas
de dos grandes cordilleras
se levantan las praderas
mas fértiles y gloriosas.
En sus laderas frondosas
vibran sueños ancestrales
en medio de cafetales
de esperanza y de luz llenos
en cuyos prados serenos
se cultivan madrigales.
Hablo de San Rafael
donde nacían gencianas
perfumando sus mañanas
con magnífico oropel.
Eran sus bosques vergel
donde habitaban quetzales
y florecían nopales
cubiertos de gran belleza
que tenían la grandeza
de jardines orientales.
Hoy le canto con fervor
versos del alma nacidos
y que van de amor henchidos
con el mas preciado ardor.
El tiene el magno fulgor
del mas regio paraíso
que nos ofrece el hechizo
de su clima tropical
que lo abriga cual percal
bordado en oro macizo.
Caminaba sus caminos
bajo sombra de laureles
alfombrados de claveles
y de pétalos nardinos.
Eran dinteles divinos
sus majestuosos pinares
cuajados de colmenares
de abejas muy laboriosas
que de jazmines y rosas
nos daban mieles a mares.
Era precioso soñar
allá en el Cerro Cuspira.
porque inspiraba mi lira
y comenzaba a cantar.
Allí podía vibrar
al compás de los jilgueros
que en ramas de limoneros
sus nidos suelen hacer
y en su gorjeo tejer
sueños de amores primeros.
Habitat de los leones
fue la gran Laguna Verde
cuyo verdor hoy se pierde
por nefastas ambiciones.
sus quebradas son zanjones
donde no fluye corriente
y fenecen lentamente
las especies tropicales
de maderas especiales
de fineza sorprendente.
Cuando observo el gran Panal
tan desolado y sombrío
me recuerda el albedrío
del canario y del zorzal.
Con sus trinos sin igual
cantaban a Primavera
que igual que una violetera
ofrecía regias flores
vestida con los colores
de las mas bella chumbera.
El cauce del Río Viejo
que antaño fue caudaloso
es hoy pantano fangoso
que de impiedad es espejo.
Yo lo contemplo perplejo
y me quedo meditando
si seguiremos cavando
la tumba de nuestro hogar,
y a nuestros nietos dejar
nuestra codicia purgando.
Y que decir del gigante
que fecundó Namanjí,
de cuyas aguas bebí
en su caudal tan boyante.
Era la fuerza pujante
que irrigaba los trigales
y floridos naranjales
cuyo fruto parecía
tener la dulce ambrosía
de los predios celestiales.
Es un deber de conciencia
tanta avidez combatir
porque podría morir
de nuestro pueblo su esencia.
Con vigor y con prudencia
debemos de preservar
el encanto singular
que nos regala Natura
con esa tierna hermosura
que no debemos truncar.
No podrá ser don dinero
de oxígeno sustituto
ni producirá algún fruto
que nos sirva de puchero.
Por eso pedirles quiero
detengamos tanta saña
que destruye la montaña
que está de vida preñada,
porque es la madre abnegada
que nos da el pan de su entraña.
Autor Aníbal Rodríguez.