Sus tiernas manos posaban sobre la malla, que simulaba ser ventana, con vista hacia el patio de la casa. Sus ojos muy abiertos, mirando hacia enfrente, estaban puestos sobre la precipitosa lluvia que caía. Las gotas de agua daban saltos enormes por su fuerza, mojando así, sus manos y carita. Cuando las gotas brincaban atinando a sus ojos, los cerraba mientras reía. Era el escenario más encantador que poseía. Extendía sus manitas, para recoger en ellas, pequeños trozos de hielo que con mucha alegría llevaba a su boca. Seguro que deseaba estar afuera y jugar como en otras ocasiones, pero esta vez no sería así. Sus hermanos mayores no la cuidarían. Los bravos rayos amenazaban que era mejor quedarse dentro de casa. Los padres, habían advertido que ese día no saldrían a jugar bajo la lluvia. Así que, todos dormían. Todos, menos ella.
El sonido, cuando comienza la lluvia, es como de granos dispersos, golpeando las láminas de la casa. Luego son piedras pequeñas por montones y de pronto cubetas de agua desparramándose. Los árboles fueron mecidos por recio viento, las piedras golpeadas unas con otras, mientras eran arrastradas por la corriente del río. Cómo olvidar la magia de la lluvia sobre el río, cambiando el color de claro a chocolate espumoso. Sus orillas tocaban la pared alta que sostenía al patio, por lo que el río se distinguía desde la malla.
Ese día, no se podría jugar con las hojas enormes, que cubren la cabeza como si fueran paraguas, ni disfrutarlas cuando se rompen o se inclinan hacia un lado, para poder ser mojados. No se podría brincar los charcos y bañarse sobre los chorros de agua, ni hacer pirámides de piedras, mucho menos tirarse en el patio con ojos mirando hacia arriba, tan solo para sentir como golpea el cuerpo, el agua que cae del cielo. No cantaríamos agarrados de la mano “que llueva, que llueva…”
Mamá había preparado un biberón con leche, meneándola anticipadamente, y tomando a la pequeña en brazos, a la cama la llevó. La leche espumosa, tibia, suave y rica, la lluvia, el deseo de oler y pisar tierra mojada, un sueño dulce le dio’.
Tras los años que pasan, solo la nostalgia queda, y bajo la lluvia nuestra alma se moja, por aquella infancia que un día fue. Se fue la inocencia, el juego y ese sabor a ternura, a un lado de todo, hay algo que perdura, con fuerte lazo, el amor de una madre que nunca cambia, y su cuidado nunca olvidado. Nuestro corazón muy unido a nuestra madre, siempre será.