Recuerdo aquella brisa rozándome la cara,
una puñalada entre costado y costado;
y si avanzaba,
me convertía en un último adiós.
Tus labios diciendo la última palabra,
mis manos sedientas de inocencia,
un abrazo, un simple jardín de flores,
y mis ojos fueron la causa de una despedida
triunfal sobre un mar de piedras
que cubría el horizonte con desilusión.
Tus ojos tienden al epicentro,
tu sonrisa una causa más
por las que fue un rompeolas de envidia,
un rompeolas de emociones,
cuando se posaba en el amanecer para
saludar al bello sol.