Al orar desvanezco toda ruda
angustia de mi pecho (obedeciendo
tu ley) y se desfigura el mundo, riendo
celebro, por fin calla toda duda.
Llega el silencio sobre mí y me fijo
absorto en tu tremenda incertidumbre,
huye rauda de mí la certidumbre
sobre el mundo y me quedo como un hijo.
Entre el resquicio de una nube sale
una sutil y refrescante voz:
es tu voz, el llamado de mi Dios,
y quema y arde lo que mucho vale:
la fe que todo torna y transfigura
hacia un mundo nuevo que perdura.