Aprendí
a acurrucar la amarga distancia,
mecer las caricias en el éter
y a oír como ruiseñor al silencio.
¡Al sentir correspondí!
Aprendí a quererte,
al traspasar la nube de mi piel
y arribar al cielo de mi alma;
me confiné al averno de tus brazos,
vencida por mi suerte.
En silencio
escolté tu sueño, sin saberlo;
uní mis plegarias a las tuyas,
oculto mi aliento, ante los cirios,
sintiendo la paz de aprenderlo.
Aprendí a quererte en silencio,
cuando brotaron flores de ausencia,
languideció la lluvia de tus labios
que regó mi desierto en la distancia,
no eras luz en la gruta de encuentros.