Lourdes Aguilar

SIN PRISAS

Diariamente circulaban en la misma carretera para dirigirse a sus respectivos trabajos que se encontraban a varios kilómetros de la zona donde residían; Lalo a toda velocidad en un reluciente Cavalier y don Pepe a vuelta de rueda en un destartalado Volkswagen, a Lalo le gustaba sentir la adrenalina de su peligrosa carrera, pues según él no tenía sentido la existencia de un velocímetro con una tentadora cifra de 250 km/h si no llegaba al tope de vez en cuando, en cambio don Pepe, ay don Pepe y su tortuga, siempre sin prisas, sintonizando la hora de Pedro Infante, admirando todos los días el mismo paisaje, los mismos árboles, fijándose en el tono de sus hojas, imaginando si habría algún nuevo nido; también observaba a los mismos estudiantes, adivinando cuál no tenía ganas de llegar a su escuela por su manera de arrastrar los pies, por su cabello a medio peinar, por el sueño que seguía adherido a sus párpados “pobrecitos, tal vez trabajan, tal vez tienen problemas en sus casas y no pudieron dormir…” -pensaba- admiraba por igual a las señoras que día a día colocaban sus puestos de empanadas, de tortas y de refrescos, sonreía al verlas apuradas, con sus mandiles floreados o de las chicas super poderosas y sonreía “qué señoras tan trabajadoras, hoy  compraré a doña Nati, la que tiene dos niños pequeños, qué gran ejemplo les está dando…”, le gustaba saludar también al señor del periódico que se instalaba en una esquina con su camiseta del Cruz Azul mientras cavilaba: “Qué chistoso, seguramente es de los que se aplastan los domingos a ver el partido de football con una cerveza en la mano , su barriga prominente lo delata”… tantos pensamientos lo entretenía en su camino, indiferente a los demás automóviles que lo rebasaban en pocos segundos

En una ocasión la carretera se bloqueó debido a una volcadura, causando un embotellamiento espantoso; los conductores golpeaban y golpeaban sus cláxones, Lalo entre ellos mientras hacía rugir su Cavalier, en cambio don Pepe, ay don Pepe y su carcacha, él apagó el motor, se puso algodones en los oídos y sacó el periódico hasta que un policía lo sacudió para que avanzara mientras los demás conductores pasaban junto a él haciéndole señas con el brazo y gritándole algo que podía oír por los tapones que olvidó quitarse, sin embargo y a pesar se sus ceños fruncidos les sonreía, creyendo erróneamente que se trataba de amistosos saludos.

Cuando llovía, Lalo disfrutaba pasando cerca de las banquetas para bañar a los transeúntes descuidados, le gustaba ver sus caras de enojo e impotencia por el retrovisor; en cambio don Pepe, ay don Pepe y su caracol, él se orillaba para subir cuando cristiano aceptara un aventón en la nuez que crujía con cada nuevo cuerpo aún a riesgo de ahogar su máquina en una esquina, “Total, hace mucho que no nado” decía.

Desafortunadamente, un día de los que Lalo corría hecho bólido, una camioneta de redilas cargada con sandías se encontraba adelante y antes de que pudiera rebasarla, las puertas traseras se abrieron de golpe, provocando que su cargamento cayera profusamente sobre el pavimento, obstaculizándole el paso, aquello fue suficiente para que Lalo perdiera el control de su auto y derrapara dando volteretas hasta estrellarse contra una barda, cuando don Pepe llegó al punto, decidió bajarse para ayudar a recoger las sandías mientras la ambulancia y la grúa se hacían cargo del cuerpo maltrecho de Lalo y los hierros retorcidos del Cavalier; al otro día y durante varios más, don Pepe añoraría el endiablado auto que pasaba sacudiendo al suyo y suspiraba murmurando: “Ay muchachos, no saben de lo que se pierden con tantas prisas”.