¿En qué otro lugar podría yo saborear la gloria
más que arremolinada entre doradas coronas?
Se trenzaron en mi vereda con las manos del viento,
olvidadas por el tranco acelerado de quien pasaba sin ver.
Inertes como tumbas donde yace el pasar del tiempo,
se abrieron ante mis pasos engañados por la vida.
Ya nadie sabe de flores púrpuras, flores profundas
pero mi deseo sigue igual de ardiente como febrero.
Tal vez porque me corre sangre en las venas,
tal vez porque es roja como todo lo que florece.
Y yo vuelvo a cantarte, otoño mío, otoño terrible, porque desnudas ante mí la vida, y a mi alma cantora y genuina.