Existen seres vigilantes que se escabullen por las noches:
entes sin figura, parecidos a los hombres,
que van despacio, con sigilo, paso a paso
reclutando estúpidos humanos; riéndose
y robándole a la muerte.
Oyen, huelen, siguen cada pisada que se desvanece
hasta donde no puede irrumpir, el mínimo silencio.
Sus senderos de aura atribulada, ahuyentan a las sombras
que se impregnan en la lujuria de los débiles.
(Hablo muy despacio, casi rayando, el mínimo murmullo
porque ellos observan mis acciones y,
pueden quitarme hasta el pellejo)
Aquellos secretos, que son semillas del vasto mundo
suelen surgir a alimentarte, cual tubérculo enterrado;
pueden sumirte en un una dicha imaginaria,
si vagas furioso y desairado.
Es demasiado entendible, pero las calles
y la felicidades ficticias de esta vida,
te encadenan en un laboratorio de conciencias
cuyos frascos, rivales de lo empírico, es un agujerado laberinto.
Ustedes, ustedes sí pueden percatarse
de sus pies y de sus manos, de su aliento corrosivo,
pueden darse cuenta de su humo alucinógeno.
Yo, yo pregono con metáforas algo,
que, al parecer, es muy abstracto;
advierto con letras de fantasma: temidas,
pero incapaces de hacer daño.
Y si me atrevo a escribir este poema,
es porque, yo soy uno de ellos.