¡pues mira, yo también acuso!
de acallar esa voz perenne del poeta muerto,
antes odiado por ser sensible frente a lo amable
y denunciante de la barbarie del mundo hostil
en un sinfín de saetas de voces y versos,
apagando fuegos a base de cristalinas lágrimas,
sufriendo más las torturas ajenas que las propias
ensalzando las memorias y picardías entre guiños,
disparando palabras desde las tensas vísceras
al ritmo del pulso descontrolado del cuello.
De volver la mira(da) hacia el nuevo poeta
con hambre de pan y saciado de ternura,
clandestino delator de burbujeantes amores,
eufórico tejedor de abstraídas estrofas;
pero, ahí os duele, acusador de repetidas infamias,
sagaz baluarte del diáfano verbo fiscalizador,
ponderado e ignorado defensor de voces sin voz.
De querer al segundo pidiendo asilo al primero.