Eduh Siqueiros

La tumba de los dos

Incrementan las ansias inmortalizándose en mi alma
por morar perennemente en este sueño de dulzor,
no obstante que los embates de demonios a cada rato
envisten a mi ser y en el llanto pierdo la paz,
con lágrimas que en piras calcinan a mi rostro;
mis remembranzas claman por la perpetuidad del instante
en que besaste a mis pensamientos y se atrabancaron,
dime, mujer, qué hago con este corazón en su pertinacia,
con esta conflagración en la que mis bríos sin control
me mantienen viviendo en magines y quimeras,
tan sólo por soñarme durmiendo entre tus labios,
tan sólo por la ilusión de amarte y que me ames,
y percibirme por los cielos llenándome de gracia y por los doctos
colmándome de aprobación, para detener el tiempo en la magia de la unión
de nuestras almas perpetuando así nuestra pasión que se sacraliza y recibiendo del cosmos la excelsitud de su bendición.

 

Cuando llegue el final de nuestros días,
quiero que juntos forjemos un suspiro
y lo proscribamos y al instante mismo que yo muera
y tú mueras que finiquitemos las fierezas,
la vida en separarnos se ensañó
férvidamente pero fracasó en su intención
de lograr que dejáramos de amarnos,
no hubo estratagema contra la ternura
que nuestras almas enarbolaron, sólo el Amor
consintió a los sentimientos en su impasibilidad…
Que una misma tumba sea la tumba de los dos,
porque persistimos en la vitalidad de una voz,
la tuya o la mía, por los arrebatos que se yerguen
emanando de cada corazón… ni un adiós
pudo jactarse de obtener el triunfo;
no hay más un ayer ni un hoy ni un mañana,
que la magia del amor es quien sale con la victoria,
sólo hay destellos de eternidad que se exultan
alimentándose por las ansias en su vivacidad de percibirte
con los ojos, con las manos, con el alma...
inmensamente con el deseo de resguardarte
en mi ser para que beses a mis pensamientos,
mientras se apacigua la vehemencia de los sentimientos
en una serenidad sin muerte y en sublimación.

 

Bajo tus portentos de mujer sin doma,
tu obstinación por la finura me pasma,
tu vehemencia te trueca con giro inusualmente
en guerrera, en Reina con belleza y encanto,
aún con tus alas que las acribillaron persistes,
los embates de la desazón vences,
no hay lastre que obstruya a tus pasos,
que aún con tus peanas que te cercenaron avanzas,
sin que esa tu sed que no cesa con afán de triunfo mitigues,
porque en tu recinto no moran las decepciones,
no habrá flagelo que amedrente a tu ser,
tus palpitaciones sin morir nutren tu empeño,
y aún cuando los años mustiamente se van,
tú sigues siendo la misma: indómita mujer.

 

Exuberancia en las horas de oscuridad que acaparé,
bajo estancias sin sol en las que se extravía mi alma,
exorbitancia en los llantos de mi vida perdí,
envuelto en remembranzas de la post-quietud…
Vagabundo floto en el pelotón de los entes
y todos tienen tu rostro de ausencia pero sin tu voz,
tienen las formas de bultos y de discordancia
de tu figura en su espectro… Es aciago el compendio
de nuestra historia que mató a la fragancia
de tu cuerpo y que me intoxica, y me orienta
a la plausibilidad de alucinaciones en tu lecho,
-la vacuidad de tu habitación que a mi sino se opone-,
ha dejado a mi corazón en agobio y en pulverización;
estás, mujer, en oposición hasta el extremo del universo,
y acompañándome de la oligofrenia vago solitario,
pues mis cartas en su futilidad perdieron a su receptor,
mientras muerdo las manos de la inicuidad en este trance.