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Cuando cubre la noche mi vereda,
un silencio fugaz invade mi alma,
y aquí en mi corazón reina la calma,
como reina la paz en el desierto
en las cálidas noches del verano.
Y en esa vaga soledad, silente,
gratos recuerdos surgen a mi mente,
como rosas sedientas el huerto...
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Y allá en el camposanto de la aldea,
un ligero relámpago ilumina
una cruz que se inclina en la neblina,
cual fantasma en oscuras dimensiones;
nos recuerda que allí entre los abrojos,
en difusas y eternas soledades
culminan las grotescas vanidades
de este mundo, plagado de pasiones.
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Y es, también, la frontera inexorable
donde acaban las noches y los días,
las penas y también las alegrías;
y en cenizas o polvo allí termina
la exótica belleza, pasajera,
que una vez nos robase el corazón,
la vida entera y toda la razón,
con su encanto y belleza alabastrina.
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Y un río que desciende, majestuoso,
del alto pedestal de la montaña,
al pasar por el lar de mi cabaña,
va exhalando un gemido de las hojas,
que antaño sucumbieron al estío,
y hoy se arrastran, igual que nuestros sueños,
en el vórtice cruel de los ensueños
y el gélido clamor de las congojas.
Nolberto Marín B.