Existen esas hojas y esas luces,
complementarias, que animan
la tarde monolítica. Son un pilar
donde te aferras con naturalidad,
sin prejuicios ni competiciones absurdas.
Buscas con la mirada un ancho mar,
perdido, tras una mujer de carne hermosa.
Y en los labios llevas aún el sabor
de un salitre que quizás nunca hayas probado.
Fundes en tu paladar el aliento de la nevada
que vendrá, junto a esos recuerdos marítimos.
Y los lunes desaparecen bajo ese influjo,
bálsamo de un tallo al fin con raíces.
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