Y si el corazón fueras a abrir,
por ejemplo en el mes de abril,
a un hombre, no a mil,
bajo el cielo azul añil...
Sus ojos se iluminarían
al vislumbrar tal belleza
de realizar semejante proeza,
quizá juntos volarían.
Volarían por el cielo
maravillado por vuestro amor,
dando envidia a nubes y sol
y siendo admirados por el suelo.
No por ser mal agüero
sino esa envidia sana
que hace que la rana
quiera ser un príncipe aventurero.