Y caminó y caminó por el barrio, por el sur del país, de los Estados Unidos, cuando el tren lo dejo allí, atrapado entre un camino pedregoso, cansado y con muchos transeúntes, en que sólo el destino fue como la sorpresa, ser preso de una gran mala suerte porque no lo encontró allí. El calor por haber caminado lo mataba, entre el frío y calor, entre aquel camino oscuro, porque yá había pasado el ocaso frío de la tarde y había llegado la noche más fría del tiempo y del invierno y la sed lo ahogaba. Entró a un bar, con unos pesos que le había quedado, después de comprar tanto pasaje en aquel tren y la vida. Y fue la vida en el tren, cuando subyugó la vida en un abrir y cerrar de ojos. Y todo porque en el aire y en la manera de creer en la esencia se electrificó más el ir y venir en el tren de la vida. Cuando en la alborada se fue a la estación a esperar al próximo tren sin hallar su plan de reencontrar a Julián.
Mientras tanto, Mayrenis, en su casa en la hacienda, y con su hijo en brazos era muy feliz. Preguntó dónde estaría su padre si se fue con el tiempo, el ocaso y con la noche fría. Si desnudó el tiempo, y el imperio del camino en piedras por el camino angosto y muy difícil de caminar. Cuando en el ocaso quedó tan frío como el desierto. Y Mayrenis, quedó postrada en la hacienda, hasta poder ver llegar a su padre con lo que determinó, tener el honor de su hija entre sus manos. No logró ni enredar el tiempo, no lo hallaba por más que viajó, por más que el destino fuera de ternura y de suave color como el del sol, no era el tiempo correcto de hallar a Julián con el dolor y con la ira que poseía. Cuando se fue por el ocaso, por el invierno aquel, por el frío en la piel y por el destino en el camino, cuando se enfrío el dolor y la fuerza de voluntad en hacer creer y poder creer que lo encontraría infraganti. Cuando en el alma, sólo se limpió de todo, lo bueno y lo malo que poseía, porque el tiempo es sólo tiempo, y es el mejor amigo para la calma. Compró otro pasaje de ida y sin vuelta, se fue por el norte haber si la buena suerte lo acompañaría. Cuando el sol se llenó de frigidez, de álgido tiempo, y de enredos tenues, cuando en el alma, sólo en el alma se dió lo que se sospechaba un frío como poder matar el alma muy dentro del cuerpo, dejando sobrevivir el corazón. Pero, estaba en la estación esperando ese tren que lo devolviera hacia su propio destino, hacia el universo lleno de estrellas, donde se cree que se ven las luces como principio de un camino perdido. Cuando en el alma se cuece de un gélido invierno, cuando se creyó que el ocaso hirió a sus ojos y más a su piel. Cuando en el aire sólo socavó muy dentro, dejando el frío inmóvil entre sus dedos y su piel. Cuando pasa el tren sí, a buscar el equipaje, a su barcaza, a su piel y a su frío cuerpo. No poseía nada más que su cuerpo que lo llevaba y traía, después de tanto tiempo, cuando se creyó que el destino era irreal, e inerte e inmóvil, cuando sólo el tiempo se dejó de llevar por el invierno seco y tan frío que pasaba en la estación. Y el tren lo vino a buscar, pues, el tiempo sólo lo llevaba por donde el tren tenía que pasar. Y se fue por donde llegó el tren por ese sur, tan clandestino, tan real, y tan verdadero, como lo que nunca halló a Julián. Si era Don Emeterio del Bosque, el que era y fue, el verdadero y real, el que quería viajar por el mundo, por el sur y más por los Estados Unidos, y por el viejo oriente o por los indios de un antes que se había formado con el tiempo. Y sí, viajó, por el sur, y más vió barrios, sectores, y pueblos, y hasta suburbios, pues, en el alma se abastecía de tiempo y de una ira trascendental y tan real como el mismo tren que llevaba la poca vida que le quedaba. Cuando en la mirada, sólo se miró y se reflejó, lo que más quería una triste venganza. Cuando en el destino sólo se llevó una sola razón, en saber que el aire se sintió como la nieve fría en la misma piel, dejando a un lado el calor de esa tarde por el sur. Y dió lo que nunca más se dió, una sensación, unos celos, y una mirada llena de rencores, de odios, de respeto y dignidad. Cuando su hija Mayrenis, lo necesitaba más, él no estaba ni en el cielo ni en la tierra. Y le preguntó al padre de Julián, lo que ella debía de saber. Cuando en el camino se dió lo que debió de haber entregado la senda más fría si en el desierto se dió lo que más se dió. Y él, era él, Don Emeterio del Bosque, el que subió al tren de la vida, y su vida en el tren, cuando en su ingrato corazón solo le salió una lágrima, y con un sólo latido, cuando en el alma, sólo terminó de dar lo que enfrío el tiempo en el ocaso o en el invierno seco entre lo que más se aferró en el alma y en el camino sin él, Julián. Cuando en el corazón se aferró el deseo de ver el cielo en los propios ojos sintiendo el más cálido sol, pero, desnudó el aire con la fuerza de ver el cielo de azul sin una fría tempestad. Cuando en los ojos se aferró el deseo de la muerte. Y subió en la estación del tren, y se sentó en unos de los vagones que iban en dirección al norte. Vió una pareja y les aconsejó ser feliz, pues, en el alma se dió una lucecita cuando se reflejó el amor en sus rostros. Y se dió lo que más quería, cuando en el coraje, se aferró el cielo y se abrió el deseo de la muerte. Y la muerte con él, cuando en el camino, se dió lo que más encrudece, un frío como la vil muerte, cuando recordó a ése hombre en el camino del tren. Y se fue por donde se escapa el sol en el ocaso frío por el otero. Cuando llegó el gran viaje de ida y sin regreso hacia el sur. Cuando en la irresponsabilidad se intrigó el desorden. Fingiendo el abrir y cerrar de ojos. Sólo se aferró a la mala suerte de ver en el camino una sola cosa, el triunfo de su cruel venganza. Cuando en el ocaso se aferró el mal deseo de ver el camino lleno de un frío que se le coció la piel de un álgido invierno. Cuando en la alborada se fijó un desastre como la paz, cuando despertó en aquel tren, cuando acabó de dar la vuelta en el tren hacia el norte, otra vez, cuando su estancia se debe de dar en la mañana, un torrente de dar lo que se dió, una fría mañana en el tren. Cuando en la manera extraña de ver el cielo frío, se hechizó lo que más se daba, cuando en el alma se debió de entregar lo que más quiso del error de la fiebre del amor pasional entre él Julián y Mayrenis. Y eso le machacaba en el alma, cuando en el instante de que vió el amanecer claro y real entre sus ojos verdes. Cuando en la mañana se debió de entrelazar lo que mas quería ver aquel crepúsculo del cielo azul y sin más tempestad, como la fría libertad que él poseía, pues, su forma de querer a su hija era así. Cuando imaginó el mar abierto, y con una sal que empezaba a deshacerse entre su paladar y su garganta, cuando vió aquel mar suspicaz, bravío e inquietante. Cuando aturde el sol, en la manera de dar calor en el frío que eriza a la piel misma. Cuando en el alma y en su coraza de desavenencia que sólo absorto queda en aquel tren de la vida misma. Cuando el sol, sólo en el sol vió un calor y un rayo de luz entre la oscura razón que se imponía entre aquel suburbio de pensar entre los vagones del tiempo. Y quedó como el tiempo, como el haber sido un hábil pasaje de la vida misma, cuando en la alborada se debió de hacer en contra del dolor y del pensamiento mismo. Cuando en el jactar de la conciencia, su esencia, cayó en derredor, y perdió el tiempo en que sólo el viento cayó tan frío en la misma piel. Cuando pasó el tiempo y más la mañana cayó en el pasaje de la propia vida, cuando en la tarde esperó a que en el cielo cayera como un torrente de lluvia en el atarde del aquel invierno. Faltando una forma de querer con la vindicta entre aquel tiempo, entre aquella lluvia, y entre aquel pensamiento, entre aquel invierno seco, que palpita entre aquel latido de la tarde en la vez que en la imaginación, se quedó una venganza fría y tan real como tan verdadera. Sólo quedó el amor entre Julián y Mayrenis, quedó entre la caballerizas, entre aquel establo de caballos en que se amaron bajo el mismo sol, o bajo la misma lluvia en que se irrumpió el deseo de amar y que quedó como una ardiente pasión, pero, llegó el mal tiempo cuando desaparece la menstruación. Cuando entre aquel horizonte que palpitaba su mirada sólo se debió de entregar el amor y el mismo reflejo de aquellos ojos en que se amaron más. Pero, en el ademán tan frío de sentir el silencio de Julián, se debió de automatizar, la forma de extrañar más su forma de haber sentido más aquella mala situación del aquel embarazo no deseado. Y llegó el ocaso, cuando se derrumbó el suave viento entre aquella piel, cuando sólo se sintió el parecer del ocaso en el alma tatuada. Cuando en el ocaso se perpetró el más frío y la más álgida noche. Y llegó de poco a poco, la noche fría, cuando en el aire se enfrascó un torrente de suave y de penetrante osadía, en ver el cielo con aquellas tristes estrellas. Cuando en la luz apenas aparecía en la ventana del aquel tren en la noche pasajera. Cuando en el pasaje de la vida atormentó lo que más quedó en el alma, como una noche fría y gélida como sólo el tiempo, en que llegó el sólo tiempo, tan frío como el hielo.
Continuará……………………………………………………………………………………