Arráncame la lengua y bebe su sangre, no des cuartel a los dientes
Derríbalos de un golpe como teclas de piano
que saltan aporreadas en una sonata salvaje
con fuego, con luz, con estruendo.
Hazme callar de una vez porque si hablo me pierdo.
Me vienen las garras, las fauces, los tentáculos: el odio.
Por los muertos porque sí y por los vivos que temen vivir
y prefieren pensar que viven
en el mejor de los mundos.
Y a lo lejos el torbellino de los desastres, las culpas, el demasiado tarde
no viene aún pero vendrá
con la calma del hecho implacable, la muerte caliente y metálica,
el fantasma que no descansa y tiene los oídos llenos de furia y ruido de motores.
Arráncame la lengua y mátame de dolor
porque sólo muerto podré dejar de odiar esta vida sin motivo,
ese tenerlo todo menos ganas de vivir,
este estanque estúpido lleno de patos gordos que revientan
llenándolo todo de plumón, sangre y papillas digestivas.
Y mientras tanto, al otro lado del mar,
los niños no tienen nada pero motivos para vivir, ilusiones corteses
desfiles patrios y bandas de música en los cumpleaños.
Y aquí seguimos, haciendo las cosas mal a conciencia
envejeciendo en nuestra soledad rancia y bipolar
en nuestras risas vacías de alcohol, hierba y peores.
Sólo podemos esperar la muerte porque a todo lo demas hemos renunciado.