“El blanco de la página y la vida
tantos años atrás…” (Vicente García)
Aquellos días sin noche, sin cansancio y sin tregua,
en que los animales jugaban a ser monstruos
y los adultos daban demasiados consejos,
aquellos días blandos en los que nadie daba
una triste moneda por cualquier perorata
que tuviese que ver con el futuro,
y era solo el presente
un tesoro a exhumar en cada esquina.
Aquellos días sin dos avenidas iguales,
sin dos frases iguales salvo que se tratase
de reprimendas o de adivinanzas,
aquellos días dulces en que corrías tanto,
en que agitabas todas las banderas posibles,
en que dormías y para colmo soñabas
pero nunca alcanzabas el silencio.
Aquellos días de más de veinticuatro horas,
de más de cien amigos, de más de cuatro copas,
aquellos días de crédulas sonrisas,
de amores confiados y fracasos sencillos,
que en lugar de más fuerte te hacían más desmañado,
pero que le esculpían a tu espíritu estrofas
de una pobreza azul y una mermada audacia.
Aquellos días que eran iguales que los otros,
pero se disfrazaban y volaban
con máscaras y alas de ceniza futura,
aquellos días que a veces resuenan esporádicos
en las celdas del alma decorosa
más como balbuceos que como cánticos
y nos provocan, hoy una sonrisa,
y mañana una mueca de nostalgia;
son los días que fueron, los que significaron,
son los días del sur que nos trajeron
a estupores o a rastras a este norte
intrincado de ahora, son los días
de los que ya no queda comúnmente
más que un arrojo endeble de incerteza
y quizá algún bostezo más o menos legítimo.