Alberto Escobar

Penelopea

 

Cuando llegues
mándame un guasa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Eres aquella que teje,
aquella que descuella
entre la mujer cretense,
aquella que pretende,
que hilvana y deshilvana
lo hilvanado en la mañana.
Eres quien llora en silencio
sin que valga la queja.
Eres madeja que se devana
hacia su escondida rueca,
que gira en idas y venidas
sin confeccionar la prenda.
Eres pretendida por tropel
de manos indignas, sucias
y manchadas de la dulce grasa
de tus fúlgidos cabritos.
Eres aquella que se aferra
al tuétano de una quimera,
eres relámpago ciego y sordo
que se pierde en lontananza.
Ten paciencia, que la tienes.
Confía en la sonriente suerte
que dobla la pronta esquina.
Tu hacienda es sobrada y larga, 
bastante y pudiente para soportar
la voracidad de tanto pretendiente.
No estés ausente en tu aposento
de plata, tus cabellos adolecen
del peine y de la savia
que antaño eran asiduos
en tu tocador al alba.
Todavía te queda leche
en las tetas de tus cabras.
Tus carneros crían lana bastante
para abrigar tus esperanzas.
El pan de tus tahonas
aún huele a tierno espliego,
a tomillo y hasta a lavanda.
No pierdas tu compás de espera,
Sigue y permanece, quieta.
No pierdas de tu recuerdo
la imagen del ingenioso Odiseo,
que está pronto a la arribada
en tu puerto, y en tu puerta.
Sigue destejiendo lo tejido,
que aguarde la muerte de Laertes
y su sudario maldito.
Que esquilmen quienes esquilman,
que se cuezan en su soberbia,
que en su fantasía de cetro
sueñen y en pesadilla devenga,
que suden en tus sábanas blancas
hasta que en poniente negreen
nubarrones y afrentas.
Que revienten de banquetes y fiestas
hasta caer en la cuenta de tu treta,
y cuando así sea será tarde, el rey llega.