Si la vida se pronuncia con beligerancia
resueltamente a separar nuestros días,
si acaso no percibiremos juntos las canciones
de nuestros corazones en cada brevedad,
entonces refléjate -ahora que podemos-,
en los espejos de mi visión para vivirte,
y luego que nuestra unificación consigamos,
permíteme la dicha de desnudarte…
hazme pensar que no eres ajena,
aunque por amarte merezca la sentencia
de tenerte sólo una vez cerca de mi cielo,
para recorrer tus llanuras y cumbres,
mas será suficiente una vez y luego la desazón
de no tenerte atizarán las llamas
que me incendiarán hasta consumirme,
mas feneceré con la dicha de saber
que a mi alma lograste florecer,
porque accediste a amarme.
La mirada se incrusta tétricamente
en el semblante que sueñas
y buscas verte en el reflejo
de su magia… tiene llamas
que diminutamente se proyectan,
desde los fanales que encandilan
a tu alma, fulgores que paz segregan
y con sutileza inyectan
en ti los deseos de amar
aún con la ausencia de su beldad,
-por los misticismos en su belleza-,
ya que son fáciles de encumbrar
y compelen a la libertad
de volar hacia la eternidad.
Viajemos sobre los alcores de mi infancia,
soslayemos los lastres del camino,
en que burdamente hayamos a mil reinas que nos entregan
aromas de las flores sobre el suelo de pedregales…
ahora que ya fructificamos nuestra esencia
y ya maduros, con el apasionamiento que arde
nos atiborramos para remontarnos a la apetencia,
mujer del cielo porque en ti confío y en ti creo,
custódiame bajo la morada de luz
de mi orbe que campestremente disfruto, porque ciego
estoy sin ti -hieráticamente- con mi laya de pueblerino,
guía mis comparsas sobre los altozanos de hermosura
y entrelacemos nuestras almas sobre el pasto,
viajemos por las cumbres sin el equipaje,
y que los arbustos sean nuestras cortinas
en la morada donde pausaremos nuestro viaje.
Culpable soy por causarte mil condenas,
mis ojos te desvisten para que mi imaginación goce,
mi alma se inquieta desde que sabe de ti,
mis bríos locamente ansían tus caricias en prohibición
y mis labios prensan el esplendor de tu boya,
pues en cada rincón tuyo yergues un hito,
como ápice para mi corazón en desenfreno
y tu perfume sobre mi ser se enrosca,
cargado de toda tu avidez en pasión
y la ambrosía en la comisura de tu boca de fuego
motivan el derrame, en ti, de mi simiente,
entregándonos mutuamente con amor sin condiciones.