Una lluvia constante
perfila el territorio, invade
los rostros, desautoriza
la voz ecuménica del llanto.
Los ángeles cubriéndose
experimentan el eco de la cruz,
éxtasis cotidiano de lumbres
y sombras.
Una chispa ardiendo fustiga
las cárceles negándose cada recluso
a dar pan a su carcelero más cercano.
En las avenidas, en las calles,
en los trajes anidados en periódicos,
y las cabezas de puerco de algunos patos
insolidarios y civiles.
Resuenan los martirios de santos antiguos,
con alma y corazón estratificados,
en el centro mismo de la llama
de un lugar aplanado.
Terror sienten los dientes
en su tergiversada y pestilente
angustia, consumados los ecos
y abominados los labios.
Busco la paciencia entre tanto,
no absorbo las razones de mi desacato,
vuelvo hacia ratones mi mirada
de puro desencanto, maldición
que quiere gatos podredumbres.
Lluvias de nuevo en las oligarquías
de los vientos, donde duermen
vigías centinelas del paraíso ocaso,
mientras sueño con veloces labios
que acudan a mi febril desempeño.
Cotidianamente me bajan el pan
tristes carceleros, sombrías enajenaciones
de pésimos ajedrecistas.
Contra el barro, han constituido
una fórmula eficaz, ir contra llave
en las latinas manifestaciones de los maizales.
Pureza y rigor, contra acartonados dados,
miran la interior agonía de un alfiler
en su lucha contra el viento y el aire.
Me gustan las luchas cruentas
los apercibidos y noctámbulos danzarines
del santo oficio, donde lagunas
y puercos mezclan salivas
a la salida del puerto moribundo.
Plácidos desarrollos de golpeados
rastrojos, una avenida procesional,
y un golpe en la muela de arriba a abajo.
Me gustan los seductores mapas del auxilio
aquellos que firman con rúbricas impostadas
con consuelos dictatoriales médicos de las insobornables
micciones desaparecidas.
Y en las llanuras de los búfalos
contaminándose de algo fétido
los orgasmos proféticos de un culo
o su sucedáneo trasero de mandril.
Para luego administrar la desdicha
como dosis letales de alto contenido
en sodio, donde duermen las vacas
con su celo infantil de escuela.
Colegios derrumbados en la mano del
que duerme y no se manifiesta, tantísimo
orgullo en las avenidas desconcertadas,
paraísos que golpean las nubes contrarias
y el rencor de unos pocos, así,
en el lamento de los días, se evaporan
las consecuencias de las ollas podridas,
de los ladrones del vértigo, del horario
desvaído.
Formulan sus altivas majestades
consejos de petulantes formas,
ondulaciones de cánticos loando el siglo,
y una solemne emanación de cintura
para abajo, desacorde.
Racimos orquestales de lluvias pretéritas
venid a salvarme de este lado del oeste
donde se tritura la paciencia y se enlodazan
los periódicos triunfantes. Échenme
a los cerdos como alimento espiritual,
que yo negaré las zonas aéreas donde
he dormido mi mensaje.
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