Hoy me he caído, otra vez.
Un estúpido traspiés,
Y, ya ves, te vas al suelo;
quizá iba mirando al cielo.
Cruzaba hacia el otro lado
de la calle, he tropezado,
cayendo sobre la vía.
Lejos pitaba el tranvía.
Aunque el golpe ha sido fuerte;
me he dicho: será una suerte
si, con suerte, me levanto.
Si no pudiera, ¡qué espanto!
entre dolores, pensaba,
cuando, al poco, se acercaba
con estrépito el tranvía;
no sé bien que hora sería,
sé que aún no era de noche,
menos mal que ningún coche,
pasaba en esos instantes,
solo unos pocos viandantes
transitaban las aceras
como llevando orejeras
flanqueando sus mejillas,
en vez de sus mascarillas,
porque nadie me veía
o eso, al menos, parecía,
porque, sordos sus oídos,
no escuchaban mis quejidos.
Ya se acercaba el tranvía
y a duras penas podía
moverme, muy dolorido;
al final he conseguido
apartarme de la via,
antes de que ese tranvía,
quizá a pesar de frenar,
me llegara a atropellar
e, igualito que a Gaudí,
-quién me lo habría de decir-
un tranvía me obligara
a entregar ya la cuchara.
Todo ha quedado en un susto
y en un notable disgusto,
que al final se me ha pasado
y hasta, en casa ya, he brindado,
porque, por suerte, seguía
viviendo, pese al tranvía,
pese al virus y, también,
pese a algún orco, que, bien
por miedo o por egoísmo,
mira solo por sí mismo.
Si el virus mata, este hiere,
con su actitud; solo quiere,
por miedo, salvar su culo,
y, con mucho disimulo,
con recelo, no de frente,
de reojo solamente,
te mira como apestado
cuando pasa por tu lado.
Hay gentes insolidarias
-chapeau por las sanitarias-
que, parece, no te ven
ni aunque en la vía del tren
te caigas, habiendo riesgo
de lesión grave, por miedo
al contagio, aun comprensible,
y, el ademán impasible,
pasan de largo, ahí al lado,
dejándote abandonado
a tu puñetera suerte,
pese a haber riesgo evidente.
Un estúpido traspiés,
y, el cielo puedes, ya ves,
alcanzar, si has sido bueno;
si hay suerte, te alzas del suelo,
tal cual hoy me ha sucedido.
¡Qué buena suerte he tenido!
Por ello, feliz me siento
de ese angustioso momento
en cuento poder trocar,
que quizá pueda contar
a mis nietos, si los tengo.
Por ahora, me mantengo
bien de salud y moral.
Un traspiés ocasional,
con caída al duro suelo
sin ciaboga rumbo al cielo,
puede ser de celebrar
con buen marisco y champán,
así que brindo contigo
Chin chin! mi querido amigo,
o amiga, que ahora me lees
por que no des un traspiés
estúpido como el mío
y esperanzado confío
en podernos abrazar
cuando el miedo quede atrás.
© Xabier Abando, 28/04/2020