LA CASA DE ATRÁS.
Me agazapo dia y noche
a ver la tierra que gira
desde el fondo de mi porche,
y al mismo tiempo que pienso
en lo alegre del ayer
se me entapona la mente
temiendo ser o no ser.
Miro a la calle de enfrente,
está ingrima e inmóvil,
sólo la camina el viento
arrastrando cosas vanas,
y a dos perros peregrinos
acribillados de sarna.
Ahora no hay nadie afuera,
sólo el tirano invisible
que se escurre entre los dedos
haciendo temblar mis piernas,
erizándome los pelos.
Es un fascismo acechante
camuflado en la corona
que al primer rocío del habla
la vida se desmorona.
¿Como soporto este encierro?
¿Este claustro que me agobia?,
y en recogimiento humilde
imploré a Dios: -¡Ayúdame!,
y Él colocó en mi santuario
la esperanza de Ana Frank
santificada en su diario.