Noches que llueven insomnio, con minutos
iluminados por la dulzura de lirios fingidos,
segundos centelleantes de momentos perdidos
y estruendo de realidad cuando no se está dormido.
No existe \"fruto de paraíso\" ni río que humedezca la piel;
seco quedó el océano, de arrullador oleaje,
que arrastra y revuelca en la arena del amor y la pasión.
No llovizna la música cuya melodía embelesa el tejado;
se han dispersado las notas anegando el jardín de
desconocido destino: flores de pétalos marchitos, sin
haber abierto sus capullos; serpientes que muerden
sus entrañas y, ¡el dolor!, el dolor que retuerce la tierra,
así como si se estuviera ocupando el tibio refugio,
antes de haber nacido; buitres posados en el sauce,
tratando de arrancarle el corazón dolido.
Sí, ¡abrir ventanas y puertas!, pero ¿para qué?
Sigue oscura la noche y, allí, afuera, también
rondan los fantasmas y espera sonriente una horca
para estrangula el grito de auxilio.
Noches de neblina y frío,
de inquietud y escalofrío,
del tormento siempre temido...
del ruego por estar dormido.