Introibo labyrinthum sine filo
Giordano Bruno
Voy a entrar en el laberinto,
pero sin el hilo de Ariadna.
Si hubiera una Ariadna
aquí, para ofrecérmelo,
declinaría el favor
con la mejor de mis sonrisas, y no digan
que no sería capaz de sonreir: ustedes no saben
qué espíritu alegre era el mío antes de que
congelaran mi expresión
en el rictus del hombre torturado.
Voy a entrar en el laberinto, contando
solo con mis fuerzas, para nada
seguro de que pueda volver
desde aquel reino infernal
de senderos cruzados,
con la hoguera en la plaza central
en la que todos lo senderos convergen.
Voy a entrar en el laberinto
donde todos los senderos, entrecruzándose,
llevan al centro, a la pira
en la que se quema a los herejes
a los libres pensadores
a los que investigan
a los inconformes.
No es posible suponer un destino diferente
para quien es como yo soy
en esta época
y en esta parte del mundo
en que he nacido.
Pero me agrada imaginar
que hubiera sido suficiente
apenas una leve falla
en la sucesión temporal,
hubiera sido suficiente
que pasaran apenas
unas décadas más
antes de que yo naciera,
y habría encontrado la plaza central
transformada en una glorieta con pérgolas
y el proprio laberinto convertido
en un lugar de recreo
para damas y caballeros enamorados.
Apenas ciento, cientocincuenta años después,
me habrían acogido
como a un espíritu sublime
deslumbrado por la visión
de la infinidad de los mundos,
conquistador de lo infinito
del espacio y del tiempo.
Aquellos hombres cerrados en la cáscara
de su mundo limitado,
regido por un dios falto de fantasía
como un obtuso contable,
ya no hubieran tenido el poder
de esperarme en la plaza central
para encender la fogata y quemarme.