Zoraya M. Rodríguez

**~Novela Corta - La Vida en el Tren - Parte Final~**

Cuando llegó de aquel último viaje por el norte hubo silencio en la hacienda de Don Emeterio del Bosque, cuando en el suburbio de su corazón ¿perdió el tiempo o no?. Julián, un muchacho joven, hijo del hacendado de Don Cripto, sólo quiso a Mayrenis por su belleza, pero, de tener un hijo con ella iba mucho camino y mucho trecho, también. Sólo él la quiso amar, pero, sin responsabilidad alguna, cuando de repente, llega el embarazo él no supo qué hacer. Cuando en el comienzo se abasteció de dolores y de calma, y de una pena intransigente, de marcharse a sabiendas que Mayrenis había quedado embarazada. Y así fue, se fue lejos, pero Don Emeterio de Bosque, ni listo ni perezoso, tomó su equipaje, y se fue lejos en busca de Julián y hacer pagar su fechoría para con su hija, Mayrenis. Sólo el tiempo y el cruzar del tiempo, sólo lo ayudó a combatir el miedo y el desprecio para con su hija Mayrenis. Y Julián sí llegó con él del viaje del norte, lo sacó de aquella mansión y se lo trajo para el pueblo, y lo hizo responsabilizarse de todo aquello que un hombre le temía, por supuesto, y lo hizo más, siendo un joven como lo hizo hacerse hombre ante la situación que lo ameritaba. Y Don Emeterio del Bosque, lo ayudó muchísimo, y quedaron felices durante más de una década, hasta que llegó el pueblo una mujer llamada Cynthia, la cual lo enamoró, e hizo de las suyas con él. Y Mayrenis quedó a la deriva, otra vez, y sin amor. Cynthia una mujer muy decidida, contempló en él la pasión de Julián después de una década de amor obligado a amar a Mayrenis, cuando Don Emeterio del Bosque, le hizo responsabilizarse de su hija y nieto. Al tomar en la estación a aquel tren de la vida misma. Cuando en el corazón quedó el coraje de entregar la conmiseración y la entrega del mismo corazón, cuando abrió la caja de pandora al buscarlo en el norte, sí, en el norte. Cuando en el amor sólo se sintió como haber pescado con una red a un tiburón, y que hubiera salido como un pequeño pececito. Si después de todo quedó varado allí, y postrado en aquella cama el viejo Don Emeterio del Bosque, cuando en el alma se crucificó en una sola muerte y ésta vez sin regreso, no como la ida y vuelta del viejo tren entre aquel vagón viejo que él cruzó con la vela encendida. Cuando en el alma, sólo en el camino se aferró a una eternidad que dejó mientras tanto en esa década del comienzo, que cruzó por el tiempo, y dejando el frío en la misma piel, cuando entre aquella habitación viajó por el ocaso frío y por el tiempo, si era el viajero del tiempo, el que se atrevió y se llenó de valentía en ir a buscar a Julián, sí, al norte. Y hacerlo reivindicar de su mal acto y de su mala decisión, no fue fácil, pero, tampoco difícil. Y después de todo, al fin y al cabo, dejó a Mayrenis por Cynthia. Y se fue en busca de ese tesoro que nos regala la vida: el amor en rubíes y joyas, pero, con Cynthia. Yá el nieto de Don Emeterio del Bosque, tenía aparentemente más de diez años, y asimiló todo tan normal. Se divorcian, Julián y Mayrenis, después del aquel casamiento forzado, por Don Emeterio del Bosque, el que quiso siempre para con su hija Mayrenis. Si fue el día más perfecto y más hermoso del mundo y para ella, Mayrenis. 

Y Don Emeterio del Bosque, se acostó y reposó sus más cálidos reposos en su habitación una noche mágica, desolada, y fría. Se fue por el rumbo sin dirección, sin destino ni un camino cálido, sino que se fue por el mundo del mágico tren que atravesó el sur y el norte y el norte y el sur, el este y oeste y el oeste y hasta el este. Cuando en su mundo se llenó de magia adyacente y de penetrante y de un cálido instante, cuando su forma de atraer el instante se fue por el rumbo, sin dirección y sin más que su mágica atracción y por la fascinación del tren, el viejo tren, del aquel viejo vagón que se atrevió a desafiar la tempestad y la tormenta, cuando quiso tomar las riendas de su vida y la de su hija Mayrenis, entre sus manos, cuando quiso ser como el héroe que con criptonita quiso subir hacia el norte o el sur y más por el norte, a buscar todo aquello que el viejo quería. Sintiendo una suave atracción por el ocaso lleno de bondad y de sentimientos, pero, fue el ocaso más frío de la temporada, y de atraer lo que mas advirtió aquel ocaso tan frío como para poder ser como el mismo frío, pero, fue el viajero del tiempo y del ocaso frío, cuando en el ambiente, sólo quiso ser como el mismo sol, sudando a fuerza y a debilidad del mismo tiempo. Cuando en el ocaso se advirtió a que el deseo, se fue por el mismo otero, cuando llegó la noche fría, y con ella el deceso del tiempo y del cuerpo inerte. Cuando en el tiempo, se fue como el deseo, o como el anhelo en el ocaso frío, del viajero del tiempo. Como poder supervisar su viaje, si se fue a escondidas del tiempo y del ocaso frío, cuando logró arribar el deseo, y la fuerza en poder dar frente hacia el mismo instante, hacia el mismo sentimiento, y saber que lo único, era como el mismo reflejo de ver el cielo lleno de nubes blancas por el tiempo en que se jactó el delirio en creer que el frío fue como el mismo camino. Que dentro de lo imposible, se llenó de la posible, posibilidad, en creer que el sentimiento, se desató como poder llevar y elevar el honor de su hija entre sus manos, y ¿lo hizo valer?, pues, sí, lo buscó lo trajo y lo obligó a responsabilizarse de su mal acto para convertirlo en buen acto. Se casó con Mayrenis, y vivieron felices durante más de una década hasta que al pueblo y a la hacienda llegó Cynthia. Y Cynthia separó aquello que se llamaba amor y que dentro del amor logró dividir su amor por ella. Si, hubo divorcio y todo. Pero, con su padre ameritaba más su presencia de hija, que estar llorando por un mal hombre. Sacó fuerzas y estuvo con su padre con Don Emeterio del Bosque, hasta el final de sus días. Logró interrumpir su estado de somnolencia, y le preguntó, lo que nunca, en una década pudo preguntar, ¿que cómo lo había logrado?, y él, Don Emeterio del Bosque, le contesta que, -“nunca un hombre dice lo que no debe de decir, aunque lo diga”-, su esencia de hombre afortunado se sintió herido, y opaco como la luz del sol con lluvia. Cuando en el tiempo, sólo en el tiempo, quiso ser como el pasaje de la vida en un sólo destino del cielo, y lo tomó, pues, su vida corría mala suerte en perecer hacia la vil muerte. Cuando en el ocaso frío, se sintió el desastre, en querer advertir que el frío se sentía suave y delicado. Cuando en el ocaso se dió lo que se dió, una muerte más segura que la misma muerte. Sólo socavó muy dentro el deseo de querer tomar y subir en el tren de la vida. Y sí, que lo tomó, pues, su esencia sólo quería marcharse lejos como el personaje en que tomó el tren de la vida misma, para recorrer los vagones e irse tras de la aventura y de la vil atracción, tan efímera como el haber tirado el instante en que se cuece la manera de atraer el tren de la vida misma hacia la vida en el tren. Cuando en la magia de ver el tren se le apareció en su eterna imaginación y con un numen tan inventivo como poder marcharse lejos de allí. Cuando en el intento de subir al tren, lo subió y alteró lo que nunca una devastada ansiedad en que sólo tiró por la ventana de aquel tren en que viajó por el sur y por el norte el estrés y el odio y el eterno rencor. Cuando fue al cielo y en el cielo, subió al tren de la vida misma, el de la eternidad, cuando perpetra un clandestino, pero, cierto correr, en que el delirio, se asomó por la ventana fría del tren aquel. Y subió como se sube hacia la eternidad, a detener el viento, si fuera preciso, como el de obtener más sapiencia, más raciocinio, y más sabiduría, si era el de tener entre sus manos el honor de su hija y sí, que lo hizo valer. Y no le costaba más que el creer que todo en su vida lo había podido lograr. Si fue como el mismo viento, y más como el mismo paraíso. Y voló como vuela un ave de su propio nido. Y quiso ser ése que en la mañana, abrió la ventana del tren aquel, y vió la sonrisa, entre las más bella rosa, que se deshojó como marchita el mismo tiempo. Y fue el invierno aquel que volvió como el del 1940, cuando tomó el tren aquel, y embarcó como zarpa un barco en el puerto. Y logró lo que nunca, el honor de su hija. Y lo tomó, ahora, si ahora era como lo debía de tomar, coger y atrapar como el aire se atrapa entre el sentido de la piel. Y se fue por el mismo ritmo del tren aquel. Cuando logró lo que nunca. Y sí que lo logró. Pues, el delirio se aferró al nuevo comienzo, cuando empezó el deseo a entregar el desafío de sentir el silencio de obtener el más débil de los tropiezos, el de ir y tomar el mismo tren hacia la misma eternidad. Cuando en el ocaso frío, se enfrío el desenfreno, en un total freno, que detiene el mismo coraje de amar y de sentir el odio por el honor de su hija, Mayrenis. Don Emeterio del Bosque, murió de vejez, en el tren aquel y subió de estación y más de nubes blancas hacia la eterna eternidad. Y vió el horizonte, el mar bravío, y más el ocaso frío, cuando en él pasó de vivo a muerto, y murió Don Emeterio del Bosque. y subió al tren de la vida la que le dió y dejó el honor de su hija entre sus manos. Aunque no lo dejó pasar de desapercibido, cuando sólo quiso ser como el ave poder volar lejos, pero, no deseó que el que trajo del norte no era Julián. 

Cuando, al fin y al cabo, llega Julián del lejano oriente de Europa. Y le confiesa a Mayrenis, que en esa década que le faltó a su hijo se debió a lo inseguro y débil de corazón y las malas vivencias. Cuando en el alma se abasteció una calma desoladora, una calma inestable, y con un desafío incongruente. Y llegó Julián después de diez años, y ella, Mayrenis se dice y, ¿quién es éste Julián con quién me casé hace diez años?. Y era el gemelo de Julián que se llamaba Julio y tan parecido es el parecido que todo mundo los confunde. Así, que Mayrenis, y así casi sin fuerzas, tan enclenque y débil de corazón, yacía en su habitación, buscando el coraje de sentir el silencio, entre la paz que quería y que anhelaba por querer yá estar sin Julián. Y se arrepintió de todo, de todo lo bueno perdido, y de todo lo malo encontrado y dejado por la inseguridad de no haber sido un hombre al lado de Mayrenis. Lamentó todo, y todo fue resuelto enseguida. Más el otro gemelo no corrió con la misma buena suerte sino que fue preso a prisión, por usurpación de nombre e identidad. 

Cuando Mayrenis, fue como el sol mismo, como lo transparente del cielo o de la misma alma. Cuando quiso y amó a Julio como a Julián, pero, no quiso saber más de él ni de su hermano gemelo. Se fue a la estación y tomó el tren, hacia el mismo norte, donde había hallado a Julio, Don Emeterio del Bosque. Y fue y quiso y encontró lo que nunca, otra vida más, en el mismo tren y entre los vagones del tren aquel, en que viajó su padre, Don Emeterio del Bosque haciendo valer la virtud y el honor de su hija entre sus manos. Y así fue, obtuvo el honor de su hija entre sus manos si nunca supo que Julián no era Julián sino Julio. Deseando lo que nunca un tren, una vida y la misma inquietud de su padre por volar lejos de allí, y de aquella hacienda. Cuando en el tren subió con todo frío invernal y se fue volando como la misma magia y que la llevó lejos buscando el horizonte y fue más allá de la vida y del mismo amor que le tenía a su padre. Y subió al vagón del olvido, olvidando todo y de una vez y por todas. Y fue Mayrenis, la que subió y recorrió de vagón a vagón, de estación a estación y nunca paró de viajar y su rumbo fue hacia la misma eternidad donde su padre se encontraba amando siempre el honor de su hija, Mayrenis.     

 

FIN