Voló hasta ti mi recuerdo.
En un rincón estabas silenciosa.
Al verme me sonreíste; esa sonrisa hermosa, franca, fresca que siempre te caracterizaba.
Pude oler tu suave perfume, casi imperceptible. Una mezcla perfecta entre jazmín, rosa, musgo salvaje, almizcle blanco.
Tus cabellos, ébano puro y brillante, caían sobre tus hombros, resaltando tu hermosa y blanca piel; haciendo perfecto juego con tus hermosos ojos azabache.
Tu mirada penetrante escrutó hasta los más íntimos pensamientos y secretos.
Me acerqué. Extendiste tus brazos y te abracé fuerte. Nuestros corazones latieron al unísono en aquel instante que quise fuera eterno.
Amor, amor, amor — repetí tantas veces —
Te amo — respondiste susurrándome al oído —
Nuestros labios se encontraron, uniéndose en rito perenne de entrega total .
Tu sabor a miel y manzana silvestre me embriagó. Quise ser yo quien muriera en ese instante.
Acariciaste mi rostro, tu dedo índice repasó mi perfil, comenzando desde la frente, pasando por mi nariz, bautizando mis labios y rozando mi mentón.
— Quiero que seas feliz — me dijiste —
— Lo soy contigo amor — una lágrima asomaba por mis cansados ojos, tras ella otras muchas más —
— Ya no estoy en este mundo. Tú sí y mereces ser feliz. Déjame irme para siempre —
— ¡No! ¡No! ¡No! No me pidas eso, te lo pido por favor —
— Seré feliz si tu lo eres amor. No puedes seguir castigándote de este modo —
— ¡Te amo! —
— Lo sé y por este mismo amor tienes que ser feliz y dejarme ir —
El sol caía al horizonte. La brisa suave nos acariciaba. Unidos en un abrazo eterno el tiempo parecía no existir.
— Prométeme que serás feliz —
No pude responder en ese instante. De repente comenzaste a desintegrarte en mis brazos. La angustia comenzó a crecer dentro de mí. Perderte otra vez podía ser mortal en ese instante.
— Prométeme que serás feliz amor — te escuché de nuevo, fueron tus últimas palabras.
Un grito salió desde lo más profundo de mi ser. Me desplomé en la desnuda tierra y lloré mi desventura. Maldije mi suerte y aquel día. Fui yo quien debió morir y no tú. Hubiera dado mi vida por tí sin pensarlo dos veces.
Sobresaltado desperté en aquel instante bañado de sudor. No podía contener mi llanto. Me senté en la cama y me dejé llevar por aquel profundo sentimiento. Aún sentía tu piel en mis brazos, tu perfume, tu voz. Sentí un vacío intenso y una inmensa soledad. Fue tan real que jamás pensé que fuera un sueño. Miré a todos lados buscando un consuelo, mas todo fue en balde.
Nuestra foto encima de la mesita de noche terminó de darme la puñalada. Ambos sonrientes sin pensar jamás lo que se nos avecinaba. Me recosté de nuevo, abracé mis rodillas y desee la muerte. No sé cuanto tiempo estuve así suspendido en la nada, en la más absoluta ausencia.
— Prométeme que serás feliz — repetí sin darme cuenta — Prométeme que serás feliz amor — …