Bajo patas de suavidad
entre muebles desvencijados
útilmente saneados o sabios
a fuerza de ineptos y febriles;
durante las tormentas, cuando
el sol es un alacrán que vigila
la negrura del tiempo, y en los
trópicos de lengua caliente
en que la luna suele bañarse cintura
aparte.
Con esos señuelos de boda,
matrimonio higiénico, patrimonios
que recaban enfisemas pulmonares.
Sobre estilitas columnas y condolencias
bien avenidas, todo nupcias y volcanes,
todo imprecación y recipiente de estupores.
Donde acaban las patitas delgadas de la sangre.
En esos juncos imbéciles que, dúctiles,
aferran su escueto sonido a las largas trompas
pronosticadas.
Su cuerpo fue una novia indecente,
que prende fuego a las cortinas, tras las que
esconden, un himen desinflado.
Pureza destinada a los labios, mezclas
indebidas, ese estrato de la rabia con pólenes
insensibles.
Cayendo como horrendo cuerpo;
como secuencia de un hongo multiplicado,
como erial de nubes insolentes.
Van cayendo las estrellas fugaces
hasta el cielo acordonado, por lumbres
e indicadores simultáneos.
Sus apreciaciones de boca amplia,
su ruptura de sueños en lo prohibido,
sus pamelas de cortas piernas ensambladas,
y en esos helechos flácidos que, carne estúpida,
vuelven hechos espíritu.
Bajo las patas de la oscuridad,
con sangre en los zapatos, y esa miscelánea
de roca viva, que aplaza su seguridad
mediterránea y su enclave prodigioso.
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